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Más de 3,6 millones de casos y 250.000 muertes globales, hacen que la pandemia COVID-19, una desconocida hasta hace cuatro meses, sea hoy el hilo conductor de las decisiones políticas, económicas y sociales de todos los países. En tan solo una tercera parte del año en curso, los habitantes de todo el mundo hemos vivido o visto de cerca, pérdidas humanas y materiales que parecían sacadas de la imaginación de autores de ficción. La alta velocidad de propagación y la gravedad del colapso de algunos sistemas de salud, sumado a la falta de vacunas y medicamentos específicos para el SARS-CoV-2, obligaron a la mayoría de países a la puesta en pausa de muchas de las libertades individuales, con el fin de proteger el bien común y la salud de los más vulnerables a través de cuarentenas generales con mayores o menores restricciones según los análisis de los tomadores de decisión de cada territorio. Por tratarse de un virus nuevo, no se tenían datos de su comportamiento en las diferentes poblaciones, de la duración de sus ciclos de infección poblacional ni de la eficacia real de las medidas tradicionales epidemiológicas y a pesar de estar basados en supuestos, los modelos matemáticos fueron inicialmente la única pista que pudo seguirse para tratar de anticipar los peores y mejores escenarios posibles. Hoy, cuando la mayoría de países en Europa parecen haber dejado atrás los momentos más críticos de la primera ola de contagios, algunos de ellos empiezan a intentar construir lenta y temerosamente una nueva normalidad. Colombia, gracias al inicio temprano de la cuarentena y al compromiso ciudadano, ha mostrado en dos meses de epidemia, un crecimiento lento y una curva baja de contagios, sin ver amenazado su sistema de salud. Sin llegar aún al punto máximo de contagios y muertes, pudo abrir con restricciones prudentes, algunos sectores de la economía sin exponer a los grupos poblacionales de mayor riesgo. En el país se aumentó la capacidad de detección de los casos y en algunas regiones como Antioquia, los infectados que ya se recuperaron, constituyen la mayoría del total de infecciones reportadas. Simultáneamente, otros departamentos como Amazonas y Meta, tienen hoy el crecimiento exponencial propio de una epidemia sin medidas de control, mientras algunos municipios del país están libres de casos diagnosticados. Tales diferencias en el comportamiento local de la pandemia, requieren decisiones hechas a la medida de cada escenario. Pensar en reactivar hoy la vida normal en Leticia, sería tan desproporcionado como mantener en cuarentena total los 800 municipios donde no se presentan casos de COVID-19. Sin embargo, la vida más allá de la cuarentena, tardará mucho más tiempo para volver a la normalidad. Por eso, los países que tratan de recuperarla, aceptan este hecho y hablan de una nueva normalidad, no de la normalidad que todos conocimos antes de la pandemia. Hasta que se tengan vacunas y tratamientos específicos, la nueva normalidad privilegiará el hogar como el espacio donde se está protegido, evitará los encuentros presenciales y aglomeraciones, mantendrá las medidas de distancia espacial, higiene rigurosa y protección personal. La nueva normalidad hará énfasis en la identificación oportuna y el aislamiento de casos, continuará con seguimiento y aislamiento de contactos y requerirá de cercos epidemiológicos en poblaciones con mayor número de casos. La cuarentena obligatoria, además de haber logrado prevenir en los albores de la epidemia el crecimiento exponencial y consecuente colapso del sistema de salud colombiano, fue la escuela más importante para aprender cómo será, por mucho tiempo, esa nueva normalidad que en adelante regirá las interacciones sociales de todos los habitantes del planeta.
* Nathalia González Jaramillo, MD, MSc en Epidemiología, Candidata a PhD Universidad de Berna.