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Los insólitos “custodios” que tuvo Lyan Hortúa en su secuestro

El menor ha estado entregando detalles de lo que vivió durante los 18 días que estuvo secuestrado. Por ejemplo, afirmó que usaba las uñas para marcar los días en la pared.

  • Lyan Hortúa estuvo secuestrado por las disidencias de las extintas Farc. Foto: cortesía
    Lyan Hortúa estuvo secuestrado por las disidencias de las extintas Farc. Foto: cortesía
23 de mayo de 2025
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El caso de Lyan Hortúa, el niño que estuvo secuestrado durante 18 días en el Valle del Cauca, sigue despertando curiosidad debido a la compleja trama que lo envuelve, en la que, como nunca debería ocurrir, la víctima fue un menor de edad inocente.

La familia del niño viene enfrentando una situación compleja. Apenas un día después de la liberación, un familiar fue asesinado. Desde entonces decidieron apartarse de los reflectores por temor a nuevas represalias.

Los relatos sobre lo que le ocurrió a Lyan parecen la reproducción de una cinta de cassette que guarda la historia del secuestro en el país: una casa en las montañas, atado, aislado y hombres armados que no le explican por qué lo alejaron de su familia.

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Las autoridades en Cali, que han podido escuchar el relato de Lyan, han sido las encargadas de mostrarle al país como fueron los 18 días de secuestro.

Lo primero que se supo fue que el niño estuvo amarrado durante los primeros cuatro días de cautiverio. Más adelante trascendió que, gracias a su intermediación, la niñera, también plagiada, fue liberada y dejada a un lado de una carretera. “Cuando iban en el carro, los secuestradores dijeron que iban a asesinar a la nana. Sin embargo, Lyan, un niño muy valiente, rogó y suplicó que no, que por favor la dejaran en libertad”, contó la personera encargada de Cali.

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Para no perder la noción del tiempo, Lyan usaba sus uñas para marcar con una línea en la pared cada amanecer; así sabía cuántos días llevaba secuestrado. También hacía dibujos con las uñas.

Un detalle que llama especialmente la atención es que los criminales usaron perros de raza rottweiler para evitar que alguien se acercara al menor o prevenir que este huyera.

Él estaba resguardado, tenía una cama rústica, perros rottweiler, que es la información que él nos dice, que ladraban toda la noche a cuidar de que nadie llegara en ese momento debido a la oscuridad”, añadió la funcionaria.

Cuando Lyan finalmente se reencontró con su familia, tenía dos manillas que él mismo había hecho en cautiverio con algunos hilos de su camiseta, esa fue otra de las actividades que se inventó para pasar el tiempo.

“Él hizo unas manillitas con su ropa, las tenía puestas cuando llegó a la clínica y se las quitó, y decía que jugaba también con ellas, como que a moverlas de un lado a otro”.

Se suponía que, cuando los criminales irrumpieron en la casa el día del secuestro, Lyan no debía estar allí. Horas antes le había pedido permiso a su mamá para ir a jugar a la casa de un amigo; sin embargo, nunca se fue. En cambio, se quedó en una de las habitaciones jugando Play.

“La familia pensó que estaba en la casa de un amiguito, porque fue el permiso que pidió, pero el niño se encontraba jugando videojuegos, entonces cuando él escucha los disparos y ve un momento de silencio, que todo se calma, en ese momento él sale, pero se da cuenta de que todos están ahí y lo agarran”, dijo la personera.

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Hasta ahora no hay una versión oficial sobre los motivos del secuestro. La hipótesis más fuerte apunta a una posible deuda de la familia de Lyan con la organización criminal “Los Rastrojos”.

El caso de Lyan Hortúa no solo revela la crudeza del crimen organizado en Colombia, sino también la inmensa resiliencia de un niño que, en medio del terror, luchó por sobrevivir y por proteger a otros.

Vea, Los cobros de la mafia: la historia detrás del secuestro de Lyan

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