Cristina Gallego es la mujer encargada de llevar a la realidad las fantasías cinematográficas de su esposo, Ciro Guerra, que van desde quitarle acordeones al diablo, en Los Viajes del Viento, hasta buscar el elixir de una planta mítica del Amazonas, en El Abrazo de la Serpiente.
En pocos días, el próximo 28 de febrero, Carolina se paseara del brazo de Ciro por la alfombra roja de una de las galas más importantes del mundo, la ceremonia de los Oscar, no solo como la esposa del director sino también como la productora de la primera película colombiana en estos premios.
Esta mujer, acostumbrada a cambiar de escenarios por las grabaciones, hace algunos meses se bañaba con agua de lluvia y ocupaba sus manos matando mosquitos en medio de la selva amazónica y para ese último fin de semana de febrero de seguro estará espléndida y fragante, como nunca lo estuvo cuando se dañaron los motores de las lanchas, se caían los equipos al agua o se iba la energía. Aquí, algunas de la peripecias que rodearon la producción de El Abrazo:
“Nos prepararnos como si fuéramos a morir”
Debido a la escasa capacidad hotelera de la región Amazónica, el equipo decidió rentar una casa para estar más cómodos, una propiedad que resultó estar más cerca de un vertedero de basura que de la jungla colombiana, allí, como en toda la región, la energía eléctrica parece ser un mito que aparecer algunas hora al día, alternándose con el servicio de agua potable que tampoco es constante, como sí lo son los enjambres de mosquitos, las apariciones de serpientes y las sorpresivas arañas que no dan un minuto de tregua: “Pasa de todo, y en el momento menos indicado, se daña la lancha, escasea el suero antiofídico, se rompe la cuerda, se mete el agua; todo a la vez”, comenta entre risas Cristina como quién narra un paseo por el parque, asegura que los imprevistos le enseñaron a estar siempre lista: “Nos preparamos como si fuéramos a morir, teníamos botiquines surtidos, andábamos ya con mecánicos después de la varada de la lancha, y con la defensa civil indígena luego de perdernos, ellos tenían los saberes para recorrer la selva”, afirma.
“Estiramos la plata, todo es el doble de caro”
En Mitú, desde donde tomaban una lancha dos horas y media hasta CMH (puerto minero), todo puede ser el doble de caro debido a la inflación, según Cristina un galón de gasolina, que puede costar 8 mil pesos, en Mitú no baja de 16 mil; lo mismo ocurre con las frutas, la gaseosa y el mercado en general: “Estuvimos muy apretados, y fuera de eso se nos subió mucho el presupuesto, especialmente en transporte para el que teníamos destinados 50 millones de pesos y se nos subió al doble, fue un gasto que no podíamos negociar, porque estábamos en la porra”, comenta Carolina, quien diseñó un estricto plan de rodaje de seis semanas en la selva. En medio de las grabaciones aparecían gastos insospechados de movilidad: “Si estás en tierra y se descuadra un micrófono, pues el microfonista va y se acerca y cuadra el micrófono, pero si esto pasa en una lancha en medio de un río, había que prender lancha, preparar conductores o remeros, mover la lancha, ajustar micrófono, y así era para cada detalle, hasta un retoque de maquillaje”, explica.
“Tirar la toalla no era una opción”
A pesar de que la lluvia no arruinó las jornadas de rodaje, aparecía sin perdón en las travesías de regreso a los campamentos, ya fuera a pie o en lancha: “La preocupación era constante, teníamos que terminar el plan de rodaje como fuera, con el clima que hubiera y con los problemas de plata que teníamos. Se trataba de regateo. Lo bueno es que nos llegó una plata de una producción argentina y nos dio un respiro que permitió extender el rodaje a una séptima semana”, comenta Cristina, agregando que en los momentos más críticos, esos en los que el cansancio arreciaba, muchos integrantes de la producción se ofrecieron a hacer esa séptima semana sin paga para terminar el proyecto, a lo que ella dio una rotunda negativa: “Independientemente de las dificultades no me parecía justo, porque es un trabajo muy duro y todo estamos en una comedera de mierda permanente, así que pagamos como pudimos ese tiempo extra”. Tanto Cristina como Ciro consideran que tirar la toalla en un rodaje, sea cual sea, no es una opción. En su primer trabajo en producción, una asistencia en Sumas y Restas de Víctor Gaviria, Cristina aprendió que todo rodaje termina, y que una vez metidos hay que terminar, como sea. Recuerda que tuvieron que solicitar ayuda a un ministerio para solicitar la apertura del aeropuerto de Puerto Inírida, que permanecía cerrado la mitad de la semana por mantenimiento, y sobre sus hombros pesaban las agendas de 40 personas que necesitaban llegar a cumplir con otros compromisos: “Era todo tan adverso y lo único que podríamos hacer era ayudarnos, de Ciro para Abajo todos cargamos parejo, entonces lo que pasa es que ante las dificultades se afianzan los lazos. Por eso trabajamos con amigos, con guerreros, que es la gente en la que confiamos, es la única manera de sobrevivir en la Selva”.
Los viajes del Lobby
Cristina agrava su voz, la asiste una convicción: Los Viajes del Viento, película de 2009 , contaba con la misma calidad cinematográfica para gozar el mismo destino de El Abrazo: “No sé si fue que la embarramos o las condiciones fueron adversas para Los Viajes”, Gallego sospecha que las personas encargadas de la distribución internacional no hicieron su mejor esfuerzo, lo dice con la evidencia de quejas de festivales y distribuidores que no pudieron exhibir la película. Hoy, contando con una relacionista pública con Globos de Oro y Oscars entre su clientela, está segura que la falta de buen lobby para Los Viajes fue una puñalada que desangró su nominación: “Se la mostramos a la relacionista, días después de la prenominación y nos decía, con toda franqueza, que sabía que Los Viajes la habría tenido también, es una persona con criterio y gusto para el cine, que trabaja con las películas que selecciona”. Ciudad Lunar ha sido pionera, y más que eso “primípara”, como afirma Cristina, aludiendo no a la inexperiencia sino a la obligación de abrir caminos que sentan precedentes, como en 2009, cuando se abrió el apoyo para las relaciones públicas del cine colombiano en Estados Unidos: “El fondo para hacer todo el gasto de relaciones públicas, que es importantísimo, normalmente lo hacen los países o el distribuidor en Estados Unidos, pero si ve que se va a recuperar la inversión, pero sobre todo los países: Alemania, Francia, Canadá (en habla francesa), Argentina... todos le meten una cantidad de plata, y acá pecábamos en eso”. La esposa de Ciro destaca el papel de muchas otras producciones que empedraron el camino que hoy recorre El Abrazo.
“Si no era blanco y negro, era café y verde”
Que se siente como una película vieja, que no se va a vender en televisión y que aleja al público, así recitaban algunos colaboradores y patrocinadores en los oídos del matrimonio Guerra Gallego, y cercanos a Ciudad Lunar: “La explicación del Blanco y Negro obedece a la estética de las fotografías en los diarios de los exploradores que inspiraron la historia, queríamos una sensación de expresionismo con un alto contraste, que transmitiera más textura, como la fotografía de Sebastiao Salgado”, explica Cristina ante una determinación que para muchos resulta temeraria. Pese a ser una característica estética, Ciro y Cristina discutieron mucho sobre el impacto que podría tener la ausencia de color en la cinta, se entrevistaron con los ejecutivos de Caracol y les plantearon su preocupación por posibles disminuciones económicas en la recuperación de la inversión total, cerca de un millón de dólares, y barreras en la comercialización del film: “Yo les decía, porque vimos todas las películas amazónicas: ‘muéstrenme una película que se parezca a El Abrazo’, y no la había. Por fortuna Gonzalo Córdoba, el presidente de Caracol, conocía muy bien el tema que queríamos contar porque es un apasionado de Davis y de Shultz y sabía la importancia de este factor el la película”, detalla Cristina además que, luego de cinco días de reuniones, al fin se supo: El Abrazo de la Serpiente sería, como en la cabeza de sus creadores, en blanco y negro de alto contraste, y Cristina justificó su decisión con un argumento rotundo: “Sencillo, si la película no era en blanco y negro, que lo prefiero, iba a ser en verde y café, porque no había cómo escapar de la bicromía, es la selva”, aludiendo al paisaje amazónico y a la dificultad de filmar en un espacio lleno de selva y tapizado por un río que, aunque cristalino, no aportaba una temperatura diferente a la película.