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Narrar la experiencia que se vive durante un viaje no es sencillo. Se pueden publicar cientos de fotografías, que al fin y al cabo congelaron esa visita, pero suele haber más historias que las imágenes no siempre capturan.
Las crónicas de viajes son inherentes al hombre. Son testimonios de encuentros con culturas y miradas profundas de un aspecto que se desconocía. Las escribían los colonizadores de América, empezando con el descubrimiento, y describían con agudeza cada detalle con el que se enfrentaban.
El olor de la tierra, el color de las flores, el sonido de las lenguas indígenas o el sabor de alguna fruta desconocida. Cada pequeña experiencia del viaje era un descubrimiento y hoy en día todavía puede serlo, aunque ir de un lugar a otro sea más fácil.
“La escritura de viajes es una especie de diario personal en movimiento. Forma parte del periodismo y de la literatura intimista, porque es una primera persona que está en contacto con un lugar nuevo”, cuenta el escritor y periodista Santiago Gamboa, quien ha narrado su perspectiva desde varios rincones del mundo donde ha vivido y viajado.
“Debe empezar por comprenderse así, como un ejercicio de escritura mirando a través de lo que uno ve en otros lugares, recorriendo nuevas ciudades, culturas y geografías. Encontrándose, algunas veces, en contradicción con esos lugares y también permitiendo que ellos nos transformen. De modo que el texto escrito es el resultado de todo eso: de una contradicción, de una transformación o incluso de una gran pasión”.
Investigación de cerca
Todavía existen cronistas, como Gamboa, que se adentran en las raíces de otras culturas. Si bien cada vez hay más facilidades y posibilidades para acceder a otras partes del mundo, aún hay personas cuya labor es conectarse con un entorno que para otro es común, pero que para él puede ser completamente novedoso.
“Pienso que todo buen libro de viaje debe ser el producto de una necesidad interna y, con frecuencia, de una inesperada intuición”, afirmó el periodista y escritor Michael Jacobs en una entrevista para la revista Ventana Latina en 2013. El escritor inglés fue un contador de historias que se adentró con maestría en regiones de España y Latinoamérica para narrar rasgos marcados de sus entrañas culturales.
La Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano organizó la Beca Michael Jacobs de crónica viajera en su honor después de su fallecimiento y este año el premio celebró su cuarta edición. “Es ir por el camino narrando lo que te encuentras y también lo que te van contando. Es una mezcla entre lo que tú ves y lo que te cuentan las personas”, afirma el periodista español Diego Cobo, ganador de la beca en 2017. “No se puede hacer una crónica de viajes sin contar con la voz de las personas que viven en ese lugar”.
Cobo es el autor de Huellas negras, el rastro de la esclavitud (2018), un proyecto que ya se materializó en libro y con el que ganó el premio. Su investigación arrancó en Jamaica, pues tenía en la cabeza escribir otro reportaje. Una amiga suya le comentó del proceso de reparación que estaba desarrollando el gobierno de Jamaica con Reino Unido y quedó intrigado, tenía que saber más. “Empecé a hablar con personas que vivían allá, con académicos y con descendientes de esclavos. Me fui moviendo y me di cuenta de que no era un tema olvidado, sino más bien ignorado. Me pareció demoledor”, dice.
Recorrió ese país en busca de historias, pero le pareció interesante tirar del hilo porque Jamaica apenas era una cara de la larga historia de la esclavitud de la raza negra. Decidió irse para Gambia, uno de los países africanos de donde salió una enorme cantidad de personas que posteriormente sufrieron la esclavitud.
Con el estímulo de la fundación, de 7.500 dólares, Cobo pudo expandir su investigación a dos países latinoamericanos: Colombia y Cuba.
Relaciones incomprensibles
Diego tuvo la posibilidad de ser jurado para la edición 2018. La ganadora fue la ecuatoriana Sabrina Duque.
Ella se mudó a Nicaragua por motivos personales, pero aprovechó para abrirse completamente a su cultura. Mientras más hablaba con la gente o compartía tiempo en las fiestas populares, las historias siempre la terminaban llevando, por más extraño que parezca, a la relación estrecha que ese pueblo ha desarrollado con la roca y la lava.
Oyó historias de personas que acampaban en las orillas de los volcanes o hacían picnics al borde de los cráteres. De otros que construían casas donde sabían que la lava había descendido antes o de lo común que era escalarlos. Ella misma lo hizo y festejó con sus amigos una fiesta tradicional religiosa llamada La Gritería, que entrelaza un volcán en el departamento de León y la Virgen de La Concepción.
Se celebra en agosto y se basa en una promesa que un obispo le hizo a la virgen porque el volcán Cerro Negro estaba a punto de hacer erupción. El lazo entre esa fiesta religiosa y el volcán, en una ciudad que es universitaria, la llevó a investigar a fondo esas historias de amor “un tanto suicida” entre Nicaragua y su naturaleza. Cada cierto tiempo Duque se asienta en otro país y la experiencia de conocimiento vuelve a comenzar.
“Escribir crónicas de viaje consiste en una experiencia de ejercitar la empatía, primero que nada, pero es una oportunidad para conocerte y definirte, porque todos nos definimos con relación al otro –afirma la periodista–. Además, vivir 3 o 4 años en un lugar me permite tener más tiempo para decantar y entender. Puedo respirar el mismo aire que las personas que lo habitan y encontrar los puntos en común entre esa cultura y la mía”.
Ella no pensaba en Nicaragua en términos de volcanes, siendo extranjera. Siempre le venía a la mente la política o la literatura, pero no una estructura geológica. Se dio cuenta de que esa relación era tan estrecha que esa era la historia que debía contar. La de la valentía y la sangre fría nicaragüense frente al tema.
Duque acaba de terminar el manuscrito del libro Nicaragua: pueblos, lava y cenizas, que enviará a su editor para publicarlo próximamente.
¿Y esos blogueros de viaje?
Quizá nunca antes hubo un momento como este en el que sea tan sencillo viajar y conocer otros lugares, pero eso no significa que cualquier persona se convierta en periodista de viajes solo porque decidió compartir sus experiencias.
“Hacer periodismo de viajes, más que nada, es hacer buen periodismo. No solo tomar el viaje como turismo, sino descubrir en términos culturales”, dice el periodista Alejandro Torres.
“Creo que las personas que postean en Instagram pueden tomarse un nicho que es la guía de turismo: ¿a dónde comer o dormir? Pero la crónica de viaje es más profunda y más pausada. No todo el mundo se queda en una zona el suficiente tiempo para entender y contar lo que sucede a profundidad”, añade Duque.
Son pocos los periodistas que tienen años o meses enteros para hacer su reportería, pero eso no significa que no se puedan sacar productos en menos tiempo. “Hay cosas que te van a sorprender en el viaje, pero realmente consiste en una preparación. Implica hacer preproducción, empaparse de la cultura, buscar herramientas y encontrar personajes. Nuestra mirada intenta ir más allá para no quedarnos en esa epidermis, por eso nos cuestionamos permanentemente”, relata Torres.
Porque viajar es mirar, y pese a que cada vez todo funciona a mayor velocidad en el periodismo, aún hay investigadores que como los primeros cronistas de indias están dispuestos a explorar el mundo como si nunca antes alguien lo hubiera contado.