A Nora María López las ideas le caen como un rayo. Así describe ella lo que muchos llamamos ocurrencias, ingenio e, inclusive, presagios, porque cuando la exbailarina de ballet cuenta cómo es la “descarga” de aquello que viene a su mente de repente solo puede pensar uno en aquel misterioso e infravalorado don que es el instinto. Para ejemplificar el “rayo”, Nora recuerda que una vez le ocurrió cuando su hija –quien lleva su mismo nombre– estaba de viaje en México bailando con la compañía nacional de ballet de allá. “Se me metió que iba a haber un terremoto”, narra ella, quien después del presentimiento comenzó a pedirle que regresara pronto. Poco tiempo después de volver al país, el sismo ocurrió, tal como Nora lo había pensado.
Pero ahora hablamos sobre cómo le llegan las ideas no porque tenga un nuevo presagio, sino porque a sus 92 años escribió y publicó su primer libro, que es un homenaje al hombre que le enseñó a bailar y que trajo el ballet a la ciudad. Kiril Pikieris, bailarín, profesor, coreógrafo, es el título de la ópera prima de la bailarina, quien también es una de las fundadoras del Ballet Metropolitano de Medellín.
El libro no fue un proyecto de décadas, ni algo que viniera rondando por la cabeza de Nora desde hace años. Hasta ella dice que nunca había pensado seriamente en la idea de publicar, hasta que un día, de repente, se dio cuenta que debía dejar por escrita la vida de su maestro por un simple motivo y es que, como ella explica, “lo que no se escribe, se pierde”.
Así llegó Kiril Pikieris a Latinoamérica
“¿Cómo vino a dar aquí, a este valle encerrado entre montañas, el primer bailarín del Ballet Estatal de la Ópera de Riga?”. Con esta pregunta, Nora arranca la biografía de Kiril Arturo Pikieris Saban, quien nació en 1915 en Riga, la capital de Letonia. El interrogante apunta al hecho de que ambas ciudades guardan una distancia de más de 10.000 kilómetros y amplias diferencias culturales. A pesar de eso, el bailarín vivió gran parte de su vida, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica, donde en varios países sembró y ayudó a crecer la semilla del ballet.
Como relata Nora en su libro, Pikieris llegó a esta parte del mundo en 1937, cuando solo tenía 22 años. El maestro había sido contratado por el ballet del Teatro Colón de Buenos Aires, Argentina, como primer bailarín. Para ese momento, Kiril –quien comenzó a bailar desde los 12 años– ya era primer bailarín de la Ópera Nacional de Letonia y venía de realizar una gira por Europa, Asia y Oceanía.
Luego de terminar su contrato con el Teatro, Pikieris se quedó en el país sudamericano en parte porque desobedeció el llamado de regreso que le hizo el gobierno socialista de su tierra natal. El próximo destino del bailarín en Latinoamérica sería Chile, donde desde el Teatro Nacional dejaron en sus manos la tarea de dirigir la escuela nacional de danza. Allí pudo establecer un grupo que se presentó en varias ocasiones, pero finalmente decidió dejar Chile porque la iniciativa no tuvo el apoyo que él esperaba.
Después pasó a Perú, país en el que tomó la decisión de retirarse de los escenarios y dedicarse exclusivamente a los roles de profesor y coreógrafo debido a una lesión en la cadera. Ahí también fundó un grupo de baile llamado Academia de Ballet de Lima y estando en Perú es que conoce Colombia, donde la primera ciudad que llega a visitar es Bogotá en un viaje corto.
Es a finales de la década de los cuarenta que Pikieris sí llega al país en su papel de profesor, no sin antes haber pasado por Guatemala, donde fue invitado a formar un grupo nacional de ballet. En la investigación 30 años de historia de la danza teatral; institucionalización cultural en Guatemala, las exalumnas de Kiril de ese entonces aseguran que en el país centroamericano “la danza empezó en serio” gracias a él.
Ya en Colombia, el exbailarín fue profesor en el Conservatorio Nacional y, posteriormente, en los años cincuenta, creó su propia academia. Un dato que evidencia la relevancia de este europeo en la danza nacional –y que Nora incluye en su libro– es que el ballet de Kiril formó parte de la primera emisión de la televisión colombiana, en 1954.
Pero a parte de ser reconocido por la enseñanza de la danza clásica, la importancia de la labor de Kiril en el país se debe también a su interés por la danza folclórica y la manera en cómo integró la tradición colombiana al ballet. Algunas de las piezas que se destacan son el Ballet Avirama, presentado en 1956, el cual está basado en una historia que hace parte de la tradición oral nacional.
En su época como profesor del Conservatorio fue que conoció a la que se convertiría en su esposa, la también bailarina Leonor Baquero, con quien se casó en Venezuela, donde Kiril también fue maestro en la Escuela de Formación Artística del Ministerio del Trabajo. En el país vecino fue que nació el primer hijo de esta relación –ya el maestro tenía otros dos hijos, Tatiana y Kiril Arturo–, Yanis Pikieris, quien años más tarde seguiría los pasos de su padre como bailarín de ballet.
Finalmente, fue en 1966 que el letón y su familia llegaron a Medellín. Nora cuenta que los Pikieris se mudaron definitivamente a estas montañas en ese año, aunque hacía dos años ya había estado en la capital antioqueña por invitación de Mariaelena Vélez, quien fue alumna suya en sus épocas de profesor en Bogotá. Dice la autora en el libro que “es probable que, desde esa ocasión, hubiera quedado prendado de nuestra ciudad”. En ese momento, junto a su grupo de baile, Kiril se presentó en el Teatro Junín, el cual cerró sus puertas en 1967 para dar inicio a la construcción del Edificio Coltejer.
Dos años después, cuando el maestro se estableció en Medellín, fue para crear otra academia de la que Nora fue alumna y que es la que inspiró el libro que acaba de publicar.
La creación del Ballet Metropolitano de Medellín
Para explicar cómo fue que llegó a la danza, Nora debe remitirse a su infancia, a sus años de colegio. Ella recuerda que, en ese entonces, la norma era que las niñas de sociedad estudiaran con monjas y no con maestros. “Mi papá era anticlerical y no le gustaban ni las monjas ni los curas. Entonces nos puso en un colegio laico donde había profesor de inglés, profesora de francés, profesor de gimnasia”, cuenta.
La exbailarina estudió en el Gimnasio Caycedo, donde el instructor de gimnasia era el yugoslavo Dany Yankovich, quien enseñaba a sus alumnas gimnasia rítmica al ritmo de música clásica. Yankovich era esposo de Lily, una bailarina de ballet que, en 1946, abrió en la ciudad una academia donde se impartían artes plásticas y ballet clásico, a la que el profesor invitó a Nora. Luego de que su padre rechazara la idea, y gracias a la influencia de la rectora del colegio, pudo asistir a la academia de Lily, donde aprendió una pieza que presentó en el desaparecido Teatro Bolívar.
“Yo quedé prendada del ballet, prendada, pero mi papá no me dejó seguir”, cuenta Nora, quien continuó aprendiendo piano de la mano de varios maestros, entre ellos Pietro Mascheroni, una de las figuras más importantes de la música clásica en la Medellín del siglo XX. Sin embargo, con el tiempo y debido a las obligaciones de la maternidad, dejó las lecciones de música.
Nora supo de la llegada de Kiril a Medellín porque alguien le contó que un ruso estaba enseñando ballet en el sótano del Palacio de Bellas Artes. Allí fue y se presentó ante el maestro porque quería volver a aquel baile que amó cuando era solo una niña. “Le dije: ‘Yo tengo siete hijos, maestro, pero a mí me encanta el ballet. ¿Usted me recibiría?’”, recuerda ella, quien también cuenta que, acto seguido, Pikieris la miró muy seriamente hasta que aceptó que asitiera a la clase del día siguiente.
Luego de su apertura, la academia del exbailarín rápidamente comenzó a recibir alumnas gracias al impulso que le dio Mariaelena, cofundadora de la academia, y su prima, la bailarina Ángela Mesa, a esta iniciativa. Hasta 1968, Kiril dio clases en el sótano, que estaba lejos de tener las comodidades de un espacio para enseñar ballet. Por eso fue que tomó la decisión de construir la Academia y para hacerlo realidad, su esposa Leonor y él compraron un lote ubicado al frente de la Avenida 33 por 180.000 pesos. Construyeron el salón con todo lo que debía tener para que Pikieris continuara enseñando esta danza en la ciudad y también hicieron su casa familiar, donde nació Tamara, su segunda hija.
En esta nueva sede, Nora continuó tomando sus lecciones, a las cuales la acompañaba su hija, quien poco tiempo después sería también alumna de Pikieris. Nora –o Norita, como la llama su mamá– estudió ballet en Estados Unidos gracias a una beca, fue bailarina en la Compañía Nacional de México y durante muchos años dirigió su propia escuela en Inglaterra.
La academia de Kiril dio como resultado a numerosos bailarines de la ciudad que, al igual que Nora, se destacaron en el exterior. Años después esta institución se convertiría en lo que es hoy el Ballet Metropolitano de Medellín, que en 2025 ajustará 36 años de historia. Este se estableció formalmente en 1989, cuando 12 personas –entre ellas Nora– se juntaron para conformar la Asociación Cultural Ballet Metropolitano de Medellín.
La biografía de Kiril Pikieris
Kiril Arturo Pikieris Saban falleció en Medellín en 1995 y, 30 años después, fue que Nora tuvo la idea de escribir su biografía, la primera y única que existe sobre este maestro que quiso dejar en cada país que visitó el ballet como legado.
Además de ser el maestro de toda una generación de bailarines, para muchos, Kiril fue más que eso. Su alumna cuenta que cuando conversó con otras compañeras de esa época, muchas lloraban y decían que había sido un padre para ellas. Nora recuerda que su primera impresión, aquella que se llevó en el sótano cuando fue a pedirle que la dejara hacer parte de sus clases, fue que era un hombre muy serio, reservado, pero con el tiempo entre zapatillas y música, pudo conocer la gran persona que fue. “Entre el rigor y la ternura”, esa cree la autora del libro que es la mejor forma de describir a quien fue su maestro.
Por la aventura de escribir la biografía, Nora agradece a la familia de Kiril, especialmente a su esposa, Leonor, quien aún vive y fue “la mayor fuente de información” de la escritora. También a sus hijos que, de diferentes formas, le ayudaron en este proyecto que duró 15 meses. William Rouge, mentor literario, la asesoró en este proceso creativo, que él mismo describe como “acompañar al autor desde su propia sensibilidad” para que este pueda construir la historia que desea que, en este caso, era el testimonio de una vida dedicada a la cultura.
Como Nora escribió en las primeras páginas de su libro, la llegada de Pikieris “significó llenar mi vida con el mundo mágico que conocí de niña”, una nueva etapa de su vida comenzó en ese momento. Esta biografía, aunque habla de una vida ya terminada, también es un nuevo inicio para ella: ahora habla de entusiasta de seguir escribiendo, especialmente cuentos porque, como ella misma reconoce, “es muy buena para la imaginación”. Pero aparte de la ficción, dice que quisiera relatar algunas de las miles de anécdotas que tiene de estos 92 años, como aquella vez en la que uno de sus hijos cortó en pedazos el vestido que la misma Nora había cosido para una amiga, o los recuerdos de la Medellín del Teatro Junín, el Hotel Europa y el Café Regina.
Con esa memoria prodigiosa, dice que lo que no olvida de su maestro son sus “utensilios”: el telón que llevaba a toda parte, sus libretas, su bastón. Y que también en ella continúa la historia de la vez que fueron con su familia a una finca, donde Pikieris vio una hierba que agarró para luego hacer sopa con ella. Estos son los recuerdos que permanecerán en este libro sobre la vida de Kiril, “el apóstol del ballet” que dedicó una vida entera a enseñarle a otros aquella pasión que encontró en sus primeros años de vida. Como escribió Nora, “la llegada del profesor de ballet cambió radicalmente mi vida” porque hizo que sus sueños se hicieran realidad, pero no solo los de ella: gracias a él, cientos de alumnos se dieron cuenta que una vida dedicada al arte sí era posible en medio de estas montañas.