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Los poemas de Louise Glück, premio Nobel de Literatura 2020, fueron publicados en Medellín en 1993 por la revista Poesía, coeditada por María Adelaida Correa (Male Correa), Luis Fernando Macías, Elkin Restrepo y José Manuel Arango.
Este último fue quien hizo la traducción de la poeta norteamericana para la revista Poesía (1990-1993), de la que alcanzaron a salir 11 números. Luego fueron reproducidos por la Revista Universidad de Antioquia 307, en 2012.
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Compartimos tres composiciones que salieron en la número 8, de agosto de 1993.
Los poemas de la nueva Nobel aparecerán en la próxima edición de la revista P&P+arte.
Mensajeros
Solo la espera es necesaria, te hallarán.
Los gansos que vuelan bajo sobre la ciénaga,
brillantes en el agua negra.
Te hallarán.
Y los venados:
qué bellos son,
como si no les estorbaran sus cuerpos.
Despaciosamente llegan al claro
a través de lienzos de sol.
¿Por qué estarían así, tan callados,
si no estuvieran esperando?
Casi inmóviles, hasta que sus tiestos
enmohecen, los arbustos tiemblan
al viento, rechonchos y sin hojas.
Solo es preciso dejar que suceda:
aquel grito —desátate, desátate—
como luna que se arranca de la tierra
Y se alza llena en su círculo de dardos,
hasta que ellos aparecen delante
como cosas muertas que la carne agrava,
y tú sobre ellas, herida y dominante.
País de serpientes
Huesos de pez nadaban en las olas de Hatteras.
Y había otras señales
De que la muerte nos seguía por agua, nos seguía
Por tierra: entre los pinos
Una cascabel se arrastraba sobre
el musgo criado del aire infecto.
El nacimiento, no la muerte, es la pérdida.
Lo sé. También dejé una piel allí.
Los manzanos
Tu hijo aprieta contra mí
su cuerpecito inteligente.
Y yo estoy junto a su cuna
mientras en otro sueño
tú estabas entre árboles cargados
de manzanas mordidas
extendiendo los brazos.
No me movía
pero vi el aire dividirse
en cristales de color. Al cabo
lo alcé a la ventana diciendo
mira lo que hiciste
y conté las ramas cortadas,
el corazón en su tallo azul,
mientras desde los árboles
la oscuridad salía:
en el sombrío cuarto duerme
tu hijo. Son verdes los muros,
son madera y silencio.
Espero ver cómo me dejará.
Ya en su mano aparece el mapa
como si allí lo hubieras grabado:
los campos muertos, mujeres
enraizadas en el río.