Nacido en La Tebaida, Quindío, el 24 de marzo de 1945, Hugo Zapata fue parte vital del arte en Colombia. No solo por su reconocido trabajo como escultor, sino también por su influencia como artista plástico.
Él mismo contaba que cuando tenía un año se vino a vivir a Medellín “porque mi papá era farmaceuta y por asuntos profesionales nos trajo a esta ciudad. Mi madre siempre nos acompañó en la casa, en lo doméstico. Éramos ocho hermanos”, dijo en una última entrevista que dio en la Universidad de Antioquia tras recibir el pasado 27 de noviembre del 2024, del Escudo de Oro en dicha universidad.
Realizó estudios en el Instituto de Artes plásticas de La Universidad de Antioquia, de arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín e hizo parte de la generación de artistas urbanos que se dio en Medellín a partir de la década de 1970. Lo que Juan Luis Mejía explicó –en el libro Hugo Zapata que publicó en 2009 Villegas Editores– como la generación bisagra: los once antioqueños, “el curador Alberto Sierra agrupó 11 artistas de distintas tendencias, cuyo denominador común, fuera de la procedencia regional, era la ruptura con las expresiones tradicionales del arte y que de alguna manera representaban una nueva generación de artistas profesionales. El grupo estaba constituido por Marta Elena Vélez, Dora Ramírez, John Castles, Humberto Pérez, Javier Restrepo, Rodrigo Callejas, Juan Camilo Uribe, Óscar Jaramillo, Álvaro Marín, Félix Ángel y Hugo Zapata”
Hugo Zapata
Zapata fue fundador de la Escuela de Artes de la Sede de la Universidad Nacional en Medellín y desde allí recuerdan cómo la nueva carrera proponía para los estudiantes un concepto cambiante. Los participantes tenían autonomía para elegir un tema de interés y profundizar en él. Desde la academia se les ofrecía un planteamiento, que podían modificar o transformar. Allí, se enseñarían las materias clásicas del arte, pero la fundamental era la llamada Taller Central, aquella que le permitía a cada estudiante encontrar su propia expresión.
Justo ese es uno de los grandes legados que deja Hugo Zapata. Para Carlos Arturo Fernández, coordinador de la Maestría en Historia del Arte de la Universidad de Antioquia, Hugo Zapata le aportó al país –él y sus compañeros de trabajo– el desarrollo de unas metodologías nuevas en la educación artística, la creación de la carrera de artes en la Universidad Nacional en Medellín en la década de los 70 es definitiva en ese proceso, “cuando Hugo como profesor de la facultad de arquitectura, donde se estaba gestando esa carrera de artes, se presentó ante el Consejo Académico de la Universidad Nacional en Bogotá para solicitar la creación de este programa se le preguntó: ‘¿Y los artistas qué hacen?’ y Hugo respondió: ‘Los artistas piensan, el arte es pensar’. Hugo Zapata y sus compañeros desarrollaron un sistema de formación artística en el que más allá del trabajo manual o artesanal, se aportara la necesidad del pensamiento, que el arte, esencialmente nos hace pensar y nos abre a visiones del mundo que son nuevas y nos permiten ver la multiplicidad y la riqueza de la realidad”.
También fue uno de los artistas fundadores del Museo de Arte Moderno de Medellín.
El trabajo con las rocas, su sello
En ese homenaje que le hicieron en la Universidad de Antioquia contó que siempre, desde niño, le gustaron las rocas. “Cuando estaba pequeño coleccionaba piedras del río Magdalena, a donde en familia íbamos muchas veces a pasear. Siempre estuve interesado en las piedras, mis primeros acercamientos a ellas fueron a través de la serigrafía”, dijo.
Y es que sus primeros pasos por la gráfica de abstracción orgánica lo proyectaron a la escultura abstracta orgánica “y desde allí a descubrir los prodigios de la naturaleza en los fósiles, piedras y rocas, que controla con su experiencia, llevando al límite las posibilidades de la materia”, cuenta su biografía.
“La piedra negra (lutita) y los óxidos de hierro le fueron revelando posibilidades formales que luego de ser sometidos a procedimientos racionales y técnicos (cortes y caricias) empezaron a develar sus misterios ocultos. La pasión y obsesión por la geología en general lo condujeron al encuentro con el agua. Roca y agua se cruzan para configurar su hacer en el ámbito de lo sagrado”, dicen desde la Universidad de Antioquia.
“Es una necesidad absoluta de decir algo, como en la música. En cada pieza hay ese sentimiento, una textura, sonidos. Con las rocas voy diciendo un estado espiritual. Ella me regala algunas cosas y yo le regalo otras y de esa comunión sale la obra”, le dijo Zapata a EL COLOMBIANO hace un par de años.
Su trabajo comenzó a ser internacional y participó en exposiciones –individuales y colectivas– desde 1975, y no solo en Colombia. Su arte llegó a Chile, Argentina, México, Puerto Rico, Cuba, Brasil, Inglaterra, Estados Unidos, entre otros países.
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En 1989 se hace acreedor al Premio del XXXII Salón Nacional de Artistas Colombianos, Cartagena, pero uno de los grandes momentos de su carrera fue su participación, en 1996, en la Bienal de Sao Paulo, Brasil, representando a Colombia con la obra Espejos de agua.
Sus obras se encuentran en algunas de las más prestigiosas colecciones museales y privadas a nivel nacional como en el ámbito internacional. Una última exposición de su obra se vivió en el museo El Castillo el año pasado, en donde se vieron Afloramientos, los Testigos, los Cantos a la Tierra, los Bolos, los Vigías, los Amantes, las Inflexiones, el Escudo, los Mandalas, la Barca y el Nao, algunas de sus obras.
El maestro tenía piedras preferidas, lo dijo el año pasado en el homenaje en la Universidad de Antioquia: “Sí. Tengo una esfera de cuarzo, la encontré donde cae el salto del Ángel, en Venezuela. Uno no puede llevarse nada de la Gran Sabana, pero yo me la encontré en una caminata muy significativa, entonces la traje”, dijo.
Pero eran muy comunes sus recorridos por toda la geografía nacional. Desde sus visitas a Bahía Solano y comenzó a trabajar las rocas del pacífico hasta que se fue a buscar materiales en la Cordillera Central, en la cuenca del río Negro, de Pacho Cundinamarca, allí halló dos tipos de rocas: las lulitas y la formación horizontal de las pizarras, toda una inspiración para su trabajo.
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“En Pacho encontré las lutitas, piedras oxidadas por fuera y negras por dentro. Yo las trabajo y les saco el negro de su interior; las encuentro en estado rústico y les saco su negro y su óxido”, dijo en la UdeA.
De esos recorridos por ríos y cañadas contaba que las piedras lo llamaban: “Las piedras tienen cierto decir, ellas me dicen cosas. Yo veo las geometrías y las empiezo a leer y así he llegado a cantidades de piedras que voy pensando. Cuando las encuentro, les digo: ‘hoy te tocó, querida’ y comienzo a trabajar. Ellas me dicen muchas cosas mientras las voy pensando y organizando, me generan las ideas. Es un proceso en el que solo estamos la piedra, el martillo y yo. El resultado es que la piedra genera la felicidad o la reflexión, esa forma feliz de la piedra es lo que yo saco para regalarle a los demás”, concluyó.