Cuatro años fueron necesarios para que el periodista Juan Morris sintiera que tenía los elementos suficientes para escribir y publicar la biografía de uno de los músicos más exitosos e influyentes de la historia del rock en español: Gustavo Cerati.
¿Cómo fue seguirle el rastro a la vida del músico?
“Fue un largo proceso de investigación, entrevistas, inmersión profunda en la vida y en la obra de Gustavo. Fueron miles de horas de escritura y correcciones, más entrevistas, muchos descubrimientos y reescritura durante la semana, fines de semanas, viajes, vacaciones, etcétera”.
¿Cuál fue la parte más difícil de investigar o trabajar?
“Escribir una biografía implica distintos grados de complejidad. Por un lado, durante la escritura uno intenta llegar al punto de poder entender qué sentía, si creía en Dios, qué cosas lo obsesionaban, cuáles eran sus miedos, sus pasiones, sus debilidades y cómo todo eso de alguna forma definió su vida.
Tuve hasta 15, 20 entrevistas con algunas personas. Las sesiones de entrevista llegaron a durar desde dos horas hasta casi un día entero, desde el mediodía hasta la medianoche. Un libro así requiere desplegar dentro del relato todos los planos que se conjugan simultáneamente. Sus emociones, su evolución artística, el contexto artístico, político y social en el que todo eso sucedía”.
Buena parte del trabajo lo realizó mientras Cerati estaba en coma, ¿cómo fue el trabajo con él en el hospital?
“Fue una sensación extraña. De alguna manera conviví mentalmente con él durante estos últimos años. Es raro llegar a un nivel tan profundo de compenetración con la vida de alguien: era una nube de miles de datos, interconexiones y gente flotando en mi cabeza, una especie de película, de realidad paralela que habité durante ese tiempo”.
¿Difícil acercarse a las mujeres que hicieron parte de la vida de Cerati?
“Requirió tiempo, pero no fue difícil realmente. Encontré que para todas era importante hablar, contar lo que sabían de esta historia. Muchas de ellas formaron parte de la intimidad de momentos claves de la vida emocional y creativa de Gustavo”.
¿Qué fue lo que más le sorprendió?
“Lo que más me atrajo y me fascinó fue cómo se desarrolló a sí mismo como artista. A diferencia de Charly García, cuando era chico él no era un niño superdotado que podía distinguir en qué nota sonaban las cosas o qué cuerda estaba desafinada: era un chico común y corriente. De hecho, cuando empezó Soda Stereo él tenía grandes ambiciones pero todavía no se había desarrollado como artista, esa evolución se fue dando disco a disco. Si escuchas los primeros dos álbumes de Soda no sé si hay un gran artista detrás, hay algunos destellos, pero la curva de crecimiento empieza a profundizarse a partir de Signos, Doble Vida y en Canción animal algo termina de soterrase definitivamente dentro suyo. Todo lo que viene después es casi perfecto. Otra cosa interesante, nunca dejó de evolucionar. El final de Soda Stereo podría haber sido el comienzo del resto de su vida, y sin embargo fue el comienzo de una búsqueda interesantísima.
También me atrajo su perfeccionismo. Parte de su talento era el enorme ‘súper yo’ que lo empujaba, una mezcla poderosa de pasión, obsesión y talento que lo llevaba muy lejos. Una vez uno de los técnicos que trabajaban con él en el Unísono me dijo: “Era un profesional salvaje, en el estudio no tenía amarras”. Me pareció una definición muy ajustada porque además era ultra profesional”.