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Jorman Campuzano, la historia de vida del volante que perdió a su hijo, durmió en la calle y hoy sostiene a Nacional

De dormir en la calle a cargar con Nacional en un clásico ante Millonarios: así se forjó el carácter de Jorman Campuzano.

  • Jorman ha demostrado ser un jugador con sentido de pertenencia por los clubes en los que ha jugado y, por eso, los tiene tatuados, al igual que a la Selección. Lo mismo ocurre con su familia. FOTOS JUAN ANTONIO SÁNCHEZ Y MANUEL SALDARRIAGA
    Jorman ha demostrado ser un jugador con sentido de pertenencia por los clubes en los que ha jugado y, por eso, los tiene tatuados, al igual que a la Selección. Lo mismo ocurre con su familia. FOTOS JUAN ANTONIO SÁNCHEZ Y MANUEL SALDARRIAGA
29 de septiembre de 2025
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En el fútbol hay hombres que parecen invisibles, piezas que no siempre relucen con luces de artificio pero que sostienen el andamiaje de un equipo. Jorman Campuzano es uno de ellos. Atlético Nacional lo sabe bien: en la cancha es el equilibrio, el punto medio que ordena, pero en el vestuario también es una voz serena y firme, capaz de calmar tormentas y unir voluntades. Y ese liderazgo silencioso se hizo evidente en la noche más reciente ante Millonarios, cuando decidió hacerse cargo de un penal que nadie más quería ejecutar.

La escena fue elocuente. Edwin Cardona y Alfredo Morelos, golpeados por sus yerros recientes desde los doce pasos, renunciaron al disparo. Entonces Campuzano, el volante nacido hace 29 años en Tamalameque, Cesar, caminó decidido hacia el balón. Se paró frente a Diego Novoa, respiró, cruzó el remate y lo mandó al fondo de la red. Después vino la explosión: un beso al escudo y un gesto de orgullo que fue también alivio. Su primer gol oficial con el verde tras más de cien partidos. Un instante breve, pero cargado de historia personal.

La vida de Jorman Campuzano

La vida de Jorman no ha sido sencilla. De adolescente llegó a Bogotá en busca de un futuro, pero la ciudad lo recibió con puertas cerradas. Pasó por trabajos informales, noches en la calle y la incertidumbre de no saber si algún día su sueño tendría forma. Fueron personas anónimas, algunos de ellos hinchas de Millonarios —ironía del destino— quienes lo ayudaron y lo acercaron al fútbol. Con ellos forjó una relación de afecto que nunca borró, incluso sabiendo que años después vestiría la camiseta del más enconado rival de los embajadores.

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Su debut profesional llegó con Deportivo Pereira en 2015. Tres temporadas bastaron para mostrar su temple y llamar la atención de Nacional, que lo fichó en 2018. En Medellín encontró vitrina y proyección, tanto que Boca Juniors lo reclutó en 2019. Allí jugó cinco años —con un paréntesis en Turquía—, pero no fueron solo conquistas. En Argentina enfrentó el golpe más duro de su vida: la pérdida de su hijo. “No quería jugar más al fútbol”, confesó alguna vez. Pero el dolor, lejos de derrumbarlo, lo forjó. Ese episodio explica en parte por qué hoy nada le queda grande.

Su regreso a Nacional en 2024, primero a préstamo y luego en propiedad tras largas negociaciones con Boca, fue también un retorno a sus raíces futbolísticas. Desde entonces suma 115 partidos y 4 títulos con el Rey de Copas, además de convertirse en una especie de extensión del técnico interino Diego Arias dentro de la cancha, pues juegan la misma posición. Esa conexión le permite entender al detalle lo que el equipo necesita en cada momento.

No fue casualidad que también asumiera la responsabilidad en la tanda de penales contra São Paulo en Morumbí, en los octavos de final de la Copa Libertadores. Marcó con solvencia, aunque ese tanto no cuente en las estadísticas oficiales. Lo de Millonarios, en cambio, sí: quedó escrito como su primer grito oficial con la camiseta verdolaga, uno que le pertenece tanto a él como a todos los que alguna vez dudaron de su capacidad para cargar con responsabilidades que, en teoría, no le correspondían.

Campuzano representa el fútbol de las segundas oportunidades, de los que aprenden a sobrevivir en la adversidad y a crecer con el dolor. No tiene el aura de las estrellas rutilantes, pero sí la madera de los hombres que no se quiebran. Y en Nacional, donde la exigencia nunca da tregua, se ha ganado el derecho de pararse frente al balón y decidir: “Yo lo cobro”.

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