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Por Valeria Murcia Valdés
Habían pasado seis años desde la última vez que José Javier Ayllón se había montado en una bicicleta. No se le habría ocurrido pensar, en ese entonces, que recorrería Holanda, Marruecos, Sierra Leona, Ghana y otros destinos sobre dos ruedas y que no necesitaría grandes equipajes, ni un carro ni lujos.
Ya le gustaba viajar, había ido antes a Nepal y Sudáfrica, pero después de tanta planeación los días pasaban volando y siempre terminaba con una pregunta que rebotaba en la cabeza: “¿Por qué me tengo que devolver?”. El trabajo lo esperaba, era policía, y le gustaba, pero sentía que debía “darle un giro más de intensidad” al día a día, que en algún punto suena como algo infinito, cuando no lo es.
Manos a la obra
Tomó la decisión: viajaría por el mundo en bicicleta. Esa máquina a dos ruedas la probó primero en un par de trayectos cortos por España y pronto se dio cuenta de que le ofrecía una libertad que otros medios de transporte no podían: si se le antojaba, podía extender su viaje tanto como quisiera. No tenía que someterse a itinerarios de vuelos o trenes, podía ahorrarse los costos elevados en pasajes y, si le daba la gana, detenerse cuando lo necesitara e ir conociendo gente por el camino.
“Me puse a ahorrar y vendí mi coche, vendí todo. No gastaba en nada más que en comida”, cuenta Ayllón. De hecho, encontró un espacio que estaba dispuesto para la policía y se ahorró el dinero de alquileres y arriendos por unos meses. Se despidió de su madre, “casi le da un infarto, pero ¿qué puede hacer más que aceptarlo? Es lo que hay, es mi vida y la decido yo”.
Compró los que se convertirían en esos elementos indispensables de viaje: una silla plegable para cuando necesitara descansos, una chaqueta de plumas ligera para enfrentar los días de frío y una serie de baterías recargables, que le daban la seguridad de que sus dispositivos no se quedarían sin pila en la mitad de la nada.
Adecuó la silla y el manubrio de su bicicleta y procuró reducir sus enceres al mínimo. Intentó empacar solo lo que la bici pudiera sostener. Eso sería lo esencial, y nada más. Con todo y eso, cuando arrancó, alcanzó a contar 70 kilogramos de peso de lo que llevaba consigo.
Todavía carga ropa, elementos de aseo, la carpa donde se refugia cuando hace paradas en el camino, un sleeping bag, herramientas de grabación de video y repuestos para la bicicleta, pero a medida que empezó a andar, durante esos primeros meses, con esa bicicleta pesada, pensó que quizá apegarse a tantas cosas tenía una raíz en el miedo, en especial en cuanto a los elementos para arreglar la bicicleta en caso de algún incidente. “Me di cuenta de que cada cosa que me ocurría, lo solucionaba o alguien me ayudaba y encontraba la forma de solucionarlo, no tenía que llevar de todo”.
Ahora en cuanto a las herramientas carga un juego de llaves, unos cables y un neumático de recambio por si se pincha una rueda. Ha podido dar con gente buena que se anima a aventarlo a algún lugar, lo invita a quedarse en su casa hasta solucionar el problema de la bicicleta o lo arriman hacia algún destino y montan la bicicleta en el baúl. “He perdido esos miedos, que eran inseguridades mías para dar ese paso. Eso ya es al revés, ya no me preocupa, sé que seguro se va a solucionar”.
Entre los mapas
José Javier dice ser un fanático de ellos. Los estudia con cuidado y planea su ruta. También le pide referencias a amigos para saber qué lugares tiene que visitar y conocer el país mucho antes de andar por sus carreteras. Una de sus partes favoritas de cada travesía es prepararla.
Hasta ahora, ya ha chequeado dos continentes, Europa y África, y acaba de arrancar en el tercero. El viaje empezó, oficialmente, en el sur de Madrid hace dos años: el 3 de febrero de 2019. Estuvo siete meses por Europa y pasó por Francia, Andorra, Bélgica, Holanda, Suiza, Italia y Malta. Después de eso cruzó a Túnez y siguió su camino por Argelia, Marruecos, Mauritania y fue bajando hasta llegar a Ghana. En ese momento ya era marzo de 2020 y la pandemia interrumpió sus planes en el resto del continente africano. Para ese entonces ya había acumulado 20 países, 14.000 kilómetros recorridos y 1.000 horas andando sobre la bici.
Durante la cuarentena, de regreso en España, compró los mapas de Latinoamérica “y los estudié todos”. Recopiló información de rutas que habían hecho otros ciclistas y compartió con gente que le habló de “valles, ríos, puertos, montañas”. Así va estudiando cada país que visitará, especialmente América, porque nunca antes había puesto pie aquí.
Habla con absoluta propiedad cuando explica la ruta que tomará por Colombia, por ejemplo. Arrancó en La Ceja, Antioquia, donde un amigo lo hospedó por unos días. Narra el resto del camino de un solo tirón: “Seguiré hacia el norte de Bogotá, desde allí iré por Boyacá hasta Bucaramanga y subiré a Santa Marta. Luego iré por toda la costa hasta Cartagena y volveré a Medellín. Luego bajaré por el eje cafetero, pasaré por Manizales, después Cali e Ipiales”.
Serán seis meses en Colombia y de ahí llegará a Ecuador y seguirá bajando por el continente americano. Aunque la pandemia todavía aún parece no tener una salida en un plazo cercano, Ayllón no quería seguir postergando su viaje. Trata de cuidarse, viaja en solitario y conserva distancias. Quizá las visitas a casas ajenas se reduzcan, pero tendrá su carpa para ir avanzando en el camino.
Los caminos rocosos
De todas formas, ya ha enfrentado otros momentos complicados. Por el lado de la seguridad no ha tenido mayores problemas. La única vez que le robaron fue una chaqueta sucia que colgó después de un día de lluvia por la carretera, en Alemania. De resto, no ha sufrido por ese tipo de cosas. A lo que sí se enfrentó fue a una afectación en la salud que le hizo perder 12 kilos en 10 días. ha sido, sin duda, el momento más complicado de todos sus viajes. “Me enfermé por beber agua del grifo en Senegal y cogí unos parásitos que al principio eran un malestar”. Le dio un poco de fiebre, cuando aún no se hablaba de covid, y fue al médico, siempre lleva un seguro médico de viaje por si se presentan eventualidades como esa.
Le recetaron unas pastillas antiparasitarias que le dieron la sensación de haberlo curado por un par de días, pero José Javier dice que probablemente los parásitos siguieron ahí, latentes, y ya en Guinea, lo que sintió se transformó en una molestia mucho más fuerte. Tuvo que parar y, de nuevo, correr hacia un hospital.
Le dieron otras pastillas, que de hecho cambió por los antibióticos que le habían recetado en Senegal, “se los di y no me cobraron nada. Se ve que les costaba más encontrarlos que tener el dinero”.
Se recuperó un poco, pero el viaje ya era muy duro. Ahí fue que llegó a Ghana y la pandemia lo obligó a regresarse a su país en un vuelo. Aunque no le hubiera gustado parar ahí, “ya estaba al límite de fuerzas”, lo necesitaba.
Se topó con algo que no esperaba. “Cuando llegué a Senegal me sentía capaz de todo. Sentía que podía hacer lo que fuera porque estaba en forma después de llevar nueve meses pedaleando y sentía que podía comerme el mundo”. La enfermedad le pegó una cachetada, “me deja destruido y empiezo a notarme mucho más susceptible y expuesto, todo se vuelve mucho más difícil”.
Dice que no tiene afanes, no hay prisa y puede quedarse 10 días seguidos en un lugar y no pedalear hacia otro destino si no siente la necesidad. En Marruecos estuvo trabajando en un voluntariado durante dos meses. En Sicilia trabajó otro mes, en Túnez paró por dos semanas. Nunca hay un margen exacto, no le preocupa tanto el tiempo. Ya no había mucho margen,
“No es un Ironman”, una de esas competencias de atletismo que sacan el potencial máximo de quienes asumen un reto deportivo casi sobrehumano. No busca serlo tampoco, y por eso recorre hasta 60 o 70 kilómetros en todo un día. Para, toma fotos, se sienta a mirar las montañas, habla con gente que se topa por ahí, hay espacio para una que otra cerveza. No tiene mayores pretensiones que las de conocer el mundo y su gente, además de crear un criterio propio frente a todo lo que le rodea y opinar “solo de lo que conozco”.
Toda la travesía la va narrando en Instagram, donde se llama @Bikealone. Documenta paisajes y cuenta historias acerca de los lugares que conoce, los amigos que va haciendo y la geografía que atraviesa. Por ahora, José Javier apenas está en sus primeros kilómetros por Colombia, un poco abrumado por las exigencias de las montañas, pero animado y contento de continuar ese viaje que 2020 pausó.
Lo está haciendo en una nueva bicicleta, tuvo que cambiarla porque la primera ya no aguantaba un kilómetro más (ver Paréntesis). Aunque sus recorridos los tiene dibujados sobre mapas, esos mismos que lleva tatuados en su brazo derecho, “podría hacerte una ruta de mi viaje solo con la gente que me ha ayudado. Hubiera sido imposible haber hecho eso sin la ayuda de gente que desinteresadamente me ha invitado a su casa”, incluso en África donde “de lo poquito que tienen, te dan”. Son esas personas, que hasta ese instante eran desconocidas, que a veces le hacen sentir un hogar.