Para llegar a Peque hay que internarse en las montañas del Occidente antioqueño. La vía exige paciencia. Primero un tramo destapado donde el camino parece esconderse entre la vegetación. Luego la carretera nueva, una obra prometida durante años y que hoy empieza a conectar al municipio con el resto del departamento. El paisaje cambia, pero la sensación se mantiene, la de entrar a un territorio que se ha construido a pulso.
La historia de Cristóbal Úsuga es la de resistir y sostener su negocio, Miscelánea El Gangazo, un lugar que ha vivido las mismas pruebas del municipio. Su tono es sereno, pero cada frase trae memoria. “Aquí hemos pasado de todo. Lo importante es no dejarse caer”, dice.
De joven fue carnicero, panadero, minero y ayudante en obras. Trabajó en Frontino, Dabeiba, Santa Fe de Antioquia y Medellín, donde aprendió el rigor del comercio. Regresó decidido a construir algo propio. La oportunidad llegó cuando su papá negoció unas propiedades en el pueblo y él decidió asegurar la suya. No tenía capital, pero sí convicción. Cambió chapas, arregló paredes, consiguió estantes y empezó a surtir. “Yo no tenía plata, pero tenía ganas. Eso es lo que lo saca a uno adelante”, recuerda.
Con la formalización en la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia en 1992 llegaron proveedores, confianza y reputación. Vendía mercado, botas, medicinas veterinarias, herramientas y lo que hiciera falta. El Gangazo era un punto de paso para los habitantes de Peque.
En medio del crecimiento del negocio también estaba la violencia que marcó la historia del municipio. Hubo días en los que tuvo que fiar a la fuerza, entregar mercancía y enfrentar la incertidumbre. En 2001, durante una toma, su local quedó abierto y perdió todo el surtido. Volvió al pueblo, miró el espacio vacío y se sostuvo en su fe. “Toca tomar fuerza y seguir. No hay de otra”, dice. Vendió lo poco que quedó y, una vez más, empezó de cero.
Con el tiempo salió del pueblo, trabajó, volvió, puso una panadería, enfermó en pandemia y la tuvo que vender. Pagó deudas, reunió ahorros y regresó otra vez al punto de partida. Con dos millones y medio viajó a Medellín, surtió lo básico y reabrió. “Yo arranqué rifando cositas, pagando mercancía por partes, trayendo de a poquito y atendiendo con paciencia”, cuenta.
Hoy El Gangazo combina productos agropecuarios, artículos del hogar y servicios como Interrapidísimo. Más que un negocio, es símbolo de persistencia en un territorio que aprendió a levantarse. Cristóbal sigue valorando el respaldo institucional. “La formalidad es como la cédula de uno como comerciante. Y las puertas se abren cuando uno trabaja y no se rinde”, afirma.
Regístrate al newsletter