Rubén Higuita conoce los cafetales como si fueran su cuerpo. Las montañas de la vereda Los Llanos, en el municipio de Peque, colmadas de café, fueron el escenario de su infancia y las palabras de su padre, llenas de consejos sobre cómo cosechar y recolectar el grano, forjaron su espíritu campesino. A los 14 años, su papá le regaló un lote para que sembrara su propio café, y sin descuidar las tareas en la finca familiar, se dedicó a cuidarlo. Sin embargo, paradójicamente, su conocimiento sobre el café era poco. Lo recolectaban, lo bajaban hasta el pueblo y lo vendían, de ahí en adelante no sabía qué hacían con él.
“Eso cambió cuando lo empecé a tomar y tuve la oportunidad de estar con la Federación de Cafeteros. Ahí pude ver cuál era el proceso de transformación hasta obtener la bebida. Me gustó mucho el tema y me fui metiendo poco a poco en él”, cuenta Rubén.
En sus viajes a Medellín, aprovechaba para visitar las tiendas y supermercados. Se quedaba largos ratos observando las bolsas de café y se preguntaba cómo podría hacer para crear la suya. “¿Será que yo, como caficultor, no podré tener una presentación así de bonita, así sea para tomar yo solo en mi finca”, se cuestionaba.
La respuesta llegó en 2018. Rubén empezó a comercializar su café con conocidos del pueblo y los municipios vecinos. Hasta que una empresa de la región se interesó en el sabor de su café y le comenzó a comprar. Registró la marca, Café Rubencho, y adaptó su producción a los lineamientos empresariales: responsabilidad social y ambiental.
En su finca, la protección de los bosques es fundamental. Los cafetales apenas se dejan ver entre la montaña que conforman sus cultivos. El paisaje está marcado por los grandes árboles. “Todo el café está por debajo, porque si yo corto los árboles se pierden las fuentes hídricas y se van las aves y otros animales de la zona. Nosotros aquí priorizamos la arborización. Además nos beneficia porque el sol no quema, e incluso le da un mejor sabor al grano”, resalta.
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