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120 años a bordo de mí mismo

  • Óscar Hernández M. | Óscar Hernández M.
    Óscar Hernández M. | Óscar Hernández M.
14 de marzo de 2011
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Un título parecido al de esta nota tiene la hermosa novela aquella de Zalamea, escrita hace ya bastantes años, Cuatro años a bordo de mí mismo . Y el "a bordo de mí mismo" parece que lo han hallado dos científicos, uno gringo, el otro ruso.

Lo cierto es que ambos aseguran que desde el año 1916 la gente podrá aspirar a llegar a ciento veinte años de vida siempre que, como es natural, se observen las reglas que los dos investigadores proponen.

De momento no se saben cuáles sean las dietas para seguir ni los ejercicios que deban hacerse ni a cuál partido debe pertenecer el candidato a pagar más de un siglo de impuestos. Se habla, eso sí, de los famosos radicales que son tan peligrosos en la alimentación como en la política. Porque un radical enfurecido lo puede matar a uno, así provenga de una chuleta de marrano o de un asado con todos los fierros, es decir, con toda la grasa como lo consumen los amigos argentinos. O de un radical de la U de WAW, exclamación gringa que quiere decir casi de todo...

Y pienso yo que si Mubarak duró más de treinta años en un solo sillón y Fidel no lavó el uniforme en medio siglo, un mortal de esos de a pie como uno, puede aspirar a sus ciento veinte años de vida siempre que se aleje de los radicales libres que llaman los sabios y se dedique a la zanahoria, la coliflor y el agua hervida.

PAUSA. Desconfiaditos los que al comulgar reciben la hostia en la mano. Tienen sospechas de que se las quitan de la boca.

CARTAS. Acepto que las comunicaciones de hoy son algo así como magia, pasaje de las Mil y una Noches, milagros que se hacen a centavo, en fin, que son algo de sueño, así a veces se conviertan en pesadillas como esa de hoy con el sueco que está revolcando el mundo con sus destapes, especialmente de la política norteamericana, porque la política nuestra es fácil de descubrir porque siempre se sabe aquello de Bernabé le pegó a Muchilanga y Muchilanga le dio a Borondongo...

Lo triste de las comunicaciones actuales es que se ha perdido el sabor de aquellas hermosas hojas de papel a veces de colores que nos traían pequeños secretos encerrados entre sus líneas. Minúsculos borrones, lágrimas perdidas en las márgenes y a veces la huella de unos labios pintados, cuando no era un corazón atravesado por un puñal.

En fin, que esos deliciosos pasajes con ortografía errada ya hacen parte de un pasado que no podrá volver como no volverán las misivas antiguas escritas con estilógrafos prestados. Hay que conformarse con dos o tres sobres amarillentos que andan casi perdidos en un cajón, reemplazado ahora por una horrenda invención que se llama disco duro. Duro como los corazones de hoy que no conocen la tinta de una carta vieja escrita casi con lágrimas y sangre.

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