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A Buenos Aires

  • José Guillermo Ánjel R. | José Guillermo Ánjel R.
    José Guillermo Ánjel R. | José Guillermo Ánjel R.
26 de agosto de 2011
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Escribirle a una ciudad en invierno, a finales, tiene el encanto de reflexionar días lindos y a la vez fríos, en los que ponerse bajo el sol es una bendición.

Pero no se trata de hacer notas de turismo, Buenos Aires, que de esas hay muchas y delirantes. Ya se sabe, los turistas van detrás de una ilusión y terminan el viaje sin salir de ella. Son gente rara, de tomarse fotos con estatuas y al lado de los avisos. Y compran de todo, porque el viaje es una recolección de productos, postales, calcomanías, llaves etc. Pero hay que respetarlos.

No son como los viajeros que se encantan con una calle y se quedan en ese sitio hasta que sucede algo o nada. Al menos a mí me gustan estas cosas que no aparecen en internet, pero que son las que marcan una estadía y carecen de precio. Subirse a un metro a mirar caras, por ejemplo, o sentarse en una plaza a cerrar los ojos mientras del aire llegan ruidos varios, que van desde trinos hasta sirenas de ambulancia.

Pero no he ido a usted, Buenos Aires, para pasear o andar en busca de tema para escribir o seguir alguna prescripción de índole psicoanalítica. Esta vez, querida ciudad, me llevó a usted el asistir al IV Simposio internacional de estudios sefardíes que dio cuenta de los judíos españolit modernos (no españoles) tan distintos de esos que aparecen en las guías que promueven en España dando a entender que los sefardíes son un asunto medieval y no un colectivo que sigue vivo a pesar de la inquisición y el nazismo.

Y en ese encuentro, que se realizó a la par que un festival de tango, usted Buenos Aires no paró de rezumar vida, pues no solo se habló de Maimónides (filósofo) y el Cachafaz (bailarín), sino que la gente fue igual a milongas, al teatro, a caminar por la costanera.

Las ciudades planas tienen un espíritu más amplio que las montañosas, en las que (en estas últimas) los ojos de los ciudadanos no ven el horizonte sino lo que los separa de los demás. Y en esta separación (física y psicológica), seguimos ad portas de vivir (nos mantenemos en el umbral) lo nuevo, los orígenes y las discusiones enriquecedoras.

Lo que nos hace, porque el yo no es un encierro sino una confrontación que se nutre de la variedad y de lo opuesto, de lo conservador y liberal, de lo que fue y es. Y esto es lo que siempre me gusta de usted, Buenos Aires, que maneja los opuestos, que protesta, que sale y entra del infierno, que carece de mesías y es abundante en escritores, cantores, pintores y poetas, donde nadie es el mejor porque pensar así es miopía severa o ceguera.

Buenos Aires, capital de Argentina, fue fundada en 1536 por Pedro de Mendoza, aunque Borges asegura que la ciudad nunca fue iniciada por nadie sino que ha existido desde siempre, entera. Cada tanto, los aires se abren a los ojos de los ciudadanos y hay más Buenos Aires. Esto no deja de ser interesante.

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