La comparación es inevitable, aunque suene a exageración paisa: qué final tan tristemente diferente tuvo el joven atleta antioqueño, Jefferson Asprilla Palacio, frente a lo que le sucedió al corredor profesional Filípides, luego de arribar triunfante a Atenas.
Cuenta la leyenda que este último llegó a Grecia con la noticia de la victoria de ésta sobre Persia en la batalla de Marathón en 490 a. C. "Alegraos, hemos vencido", fue lo que alcanzó a exclamar y luego cayó muerto. Si bien esta historia se consagró como leyenda, sin que los historiadores de la época pudieran comprobarlo, lo cierto del caso es que los Juegos Olímpicos crearon, como homenaje a Filípides, la modalidad del maratón, consistente en una carrera de 42 kilómetros con 195 metros, la distancia recorrida por aquel.
De Jefferson debo decir que no era un especialista en competencias de gran fondo; por el contrario, su fuerte eran el salto largo y los 100 metros planos. En la primera prueba, ganó con solvencia en los Juegos Intercolegiados realizados en 2008 en Titiribí, con 6.02. Éste y otros títulos le merecieron ser destacado como el mejor deportista de Caucasia en ese año, méritos que ya demostraba desde los 13 años, cuando representó al país en los Juegos Intercolegiados celebrados en Argentina.
Además, Asprilla Palacio le ganaba con creces a Filípides en una habilidad que le hizo ganarse el cariño de sus paisanos: el baile. El deportista de 17 años practicaba el reggaetón y lo enseñaba a niños y adolescentes de su municipio del alma, al cual siempre entregaba lo mejor de sí.
El domingo 8 de marzo, una bala, de las tantas que cruzan calles y veredas de Caucasia, hoy convertido en el municipio que ha visto aumentarse en un 150% la cantidad de homicidios, la tasa más alta de Antioquia a pesar de los mil 500 policías desplazados hacia el Bajo Cauca, le impidió a Jefferson atender el llamado de Indeportes para incluirlo en el programa de alto rendimiento para deportistas antioqueños.
Triste es constatar que una de esas tales "balas perdidas", expresión facilista, de uso frecuente en el lenguaje periodístico, y hasta elusiva de responsabilidades, se haya encontrado con el cuerpo joven, con la alegría vibrante, con las esperanzas en ebullición y con los sueños plenos de vida de quien habría de brindarnos, primero que todo, la satisfacción de competir con orgullo y honestidad en cualquier escenario internacional.
Si bien debemos lamentar que Jefferson no alcanzó a gritar el "alegraos, hemos vencido", lanzado por Filípides al llegar a Atenas, también es cierto que la corona de laureles, símbolo del reconocimiento que se le rinde al triunfador, la lucirá no sólo de por vida, sino más allá de su propia y joven muerte.
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