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A los seis años, Jáider enfrentó un monstruo de fuego

23 de diciembre de 2009
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Luego de seis años, Jáider volvió a ser el niño de la casa, el bebé de Leonela García y el consentido de Ílder Varela, que aunque padre adoptivo, nunca le ha negado afecto.

¡Qué contraste! Con esos mismos 6 años, hasta hace dos meses era el mayor y quien a veces cuidaba de sus hermanitos. Eso fue hasta la noche del domingo 25 de octubre, cuando las llamas consumieron el humilde rancho que era su casa en la parte alta del barrio El Oasis, en las montañas del oriente de Bello.

Al instante del incendio, allí estaba él, con su carita de travieso, sus ojitos pícaros y su cuerpecito infantil, aún de bebé grandecito. Y estaban también Felipe, Daniel y Samuel, de 3, 2 y 1 año. Entre los cuatro sumaban sólo doce años y así les tocó enfrentar la fiereza de las llamas.

Jáider era el mayor. Y alrededor del rancho no había mucho a quién acudir en auxilio. Al lado, una anciana casi inmóvil. Más allá, uno que otro vecino que se enteró del incendio sólo cuando el humo y los gritos de horror extendieron su eco en la montaña.

Era un rancho pequeño, de madera y trapos, cosas que ardían con facilidad, y el fuego se propagó con rapidez, en cuestión de segundos. Jáider estaba solo ante el monstruo de fuego y humo, un monstruo real y no de la televisión, que arrasaba todo, pues sus padres los habían dejado acostados mientras iban a empeñar un celular para comprarles comida.

Dice Leonela que ni ella ni Ílder -padre de los tres pequeñitos- dejaron velas encendidas, "porque sabemos del peligro de eso".

Pero Jáider sí. Y se presume que fue quien encendió una velita para alumbrarse en la oscuridad, en una casa sin servicio de energía.

Y pasó lo que un pequeñín nunca calcula, que la vela prendió una cortina y el viento, que soplaba duro a las 9 y 20 minutos, ayudó a que se extendieran las llamas. Lo que pasó después quedó envuelto en la nube del olvido del único testigo de todo: Jáider.

Su versión
Él dice que estaba dormido y despertó en medio del incendio, "vi una cosa negla glande y el humo me pasaba pol aquí pol los pies", cuenta el niño, de pocas palabras y concentrado en un balón nuevo que le regalaron.

Según su versión, él no tenía fuerza para sacar a sus hermanitos, pero tampoco quiso huir de inmediato como a ver qué podía hacer. Y salió a un balcón que daba a la parte trasera a pedir ayuda, "pelo todos me decían tílese, tílese y me daba mieo...".

En esa lucha, en medio de las llamas, el dolor y los gritos de la gente para que saltara, Jáider sintió que se quemaban sus pies y sus manos y no pudo más, "me tilé y la caída me dolió polque me di contla un palo", recuerda.

Eso cuenta. Leonela e ílder no le tocan mucho el tema y quieren que la nube del olvido cubra ese recuerdo, que lo borre para siempre.

Jáider quiso ayudar, pero sus fuercitas no le dieron. Si acaso le alcanzaron para salvarse él, para saltar a la vida cuando la muerte ardía bajo sus pies y en una cama sus hermanitos yacían, uno sobre otro, abrazaditos...

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