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Armero muere dos veces

EN EL NUEVO poblado las obras inconclusas y la falta de oportunidades son la constante. En la vieja ciudad, las ruinas no durarán mucho.

  • Armero muere dos veces | Jaime Pérez, Enviado Especial-Armero-Guayabal | Algunas tumbas, como la de Laureano Criales, son cuidadas por familiares o amigos de los dolientes, pero otras están abandonadas.
    Armero muere dos veces | Jaime Pérez, Enviado Especial-Armero-Guayabal | Algunas tumbas, como la de Laureano Criales, son cuidadas por familiares o amigos de los dolientes, pero otras están abandonadas.
13 de noviembre de 2010
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Los muertos del viejo cementerio de Armero se salvaron de la avalancha del 13 de noviembre de 1985, pero hoy están amenazados por el descuido y la maleza que se traga un monumento histórico.

Los sobrevivientes tampoco están en el paraíso, pues en el nuevo asentamiento escasean las oportunidades de empleo y de bienestar.

La soledad del camposanto ni siquiera produce espanto. Los frondosos árboles y la densa hierba se van tomando, una a una, las tumbas, que en su enorme mayoría lucen destruidas y saqueadas. Las placas en bronce, plata o en cualquier metal han sido arrancadas de sus sitios y los vándalos intentan hacer lo mismo con las fosas del más duro mármol. Testigo de ese saqueo y abandono es Gerardo Criales Roa, quien asistido por su padre le quita la mugre a la tumba del abuelo, Laureano, y la protege con varias capas de cemento blanco que aplica con una brocha.

El festín no lo hacen solo los ladrones. También, dice Gerardo, este corre por cuenta de "la mugrada, o sea quienes friegan con maleficios", y que igual le sacan provecho a una cruz o a un cráneo.

La más visitada
El contraste lo marca el Parque Los Fundadores, a cuya entrada se encuentra un pedazo de lo que fuera la cúpula de la iglesia de San Lorenzo. Allí son comunes las flores, las lápidas mejor tenidas, vías transitables, turistas y lugareños que van de un lado a otro captando este paisaje triste, y hasta ganado vacuno pastando con libertad en lo que antes fuera el próspero Armero.

El mayor atractivo del lugar es el "templo" de la niña Omaira Sánchez, símbolo ante el mundo de la desaparición, en un abrir y cerrar de ojos, de 25.000 personas, el 13 de noviembre de 1985.

Daniel Felipe Reyes, de 12 años y nacido en Bogotá, a veces se saca en un día 65.000 pesos contando la tragedia, pero también las bienaventuranzas de la armerita. De la lista de célebres, toma el caso de un empresario bogotano, muy rico, que en cuatro meses vio recuperar a su mujer de una enfermedad terminal. En agradecimiento, le metió, según el joven, 15,8 millones de pesos a la construcción de un panel solar, con cámara especial incluida.

A esa historia se suma la de una señora, inválida, que caminó después de lavarse en "El pozo de los milagros".

Como mínimo, el ejército de bendecidos por Omaira se acerca a los 400, a juzgar por el número de placas de agradecimiento llevadas y puestas por familias como los Castiblanco Posada, Barrero Artunduaga, Romero Rodríguez... y un anónimo que se representó a sí mismo con un colorido Piolín, personaje de dibujos animados, quien dice: "Cuenta siempre conmigo. Te quiero mucho".

En el lugar nadie discute que la fe puede con todo. No obstante, suena curioso el dato de Gerardo Criales, periodista de Armero FM Estéreo: Desde agosto de 2010, cuando se hicieron las fiestas del Señor de la Salud, patrono de Guayabal, se dieron varios números telefónicos para que la gente llamara y contara, de viva voz, los milagros de Omaira. Hasta el pasado jueves, los micrófonos seguían vírgenes de testimonios. Algunos intentan explicar el hecho con el argumento de que la mayoría de los beneficiarios de los milagros es gente de afuera.

Puede ser, pero los armeritas tienen sobrados méritos para estar en la primera fila de los más necesitados.

Batalla por la memoria
Francisco González, director de la Fundación Francisco Armero, libra una tenaz y muy personal batalla para preservar la historia y la memoria de la población arrasada por la erupción y posterior avalancha del volcán nevado del Ruiz. Él mismo reconoce que no es tarea fácil, porque debe hacerlo en una zona deprimida, económica y socialmente, para la que no ve un decidido apoyo de la Gobernación del Tolima. Su combustible se agota, pues confiesa que su familia se cansó de apoyarlo, ya se comió los ahorros y un auto deportivo apostándole a ese sueño.

"El municipio es poco lo que puede hacer para abrir fuentes de empleo", expresa el arquitecto Orlando Sepúlveda Chávez, director de Fedearmero, quien trae del pasado las irregularidades que se presentaron en el manejo de las ayudas nacionales e internacionales. "Es que no estamos preparados para las tragedias, ni para las reconstrucciones".

Cuentan que los cerca de 5.000 armeritas sobrevivientes se desplazaron a Ibagué, Lérida, Bogotá, los Llanos Orientales y Guaduas, en el Meta. Se calcula que por lo menos 2.000 se reubicaron en ocho barrios, con 400 viviendas, levantadas en Guayabal, un caserío con no más de 1.000 habitantes. De esa simbiosis surgió Armero Guayabal, un municipio que está en Ley 550 o de intervención económica y de alguna manera maniatado en sus posibilidades de abrir fuentes de trabajo.

Carlos Alberto Rivera Duarte, exconcejal, abogado litigante en el pasado y ahora funcionario público, se duele de la falta de respaldo de los gobiernos para estimular el crecimiento y la inversión del municipio que, después de Ibagué, se disputaba con El Espinal el liderazgo regional. Más del 60 por ciento de la población tiene necesidades básicas insatisfechas, las industrias brillan por su ausencia y la desocupación golpea con fuerza a unos 200 jóvenes que cada año se gradúan como bachilleres.

Por razones como estas, Rivera Duarte se pregunta "¿qué vamos a 'celebrar' en estos 25 años, con Santos a bordo?". Él, y paisanos como Diego Cortázar, quieren resucitar el tema de la desidia estatal en la tragedia de Armero. Por vía de interpretación se arriesgan a sostener que allí podría configurarse un delito de lesa humanidad, cuyo castigo aún estaría pendiente. En sus propias palabras, en 1985 lo que hubo en Armero fue "un genocidio de Estado, amparado por la naturaleza".

Romper la dependencia
Con todo y lo impactante que suena la eventual reedición de la batalla jurídica, la realidad es que, en el corto plazo, los habitantes de Armero-Guayabal tienen otras urgencias. La primera, resaltada por el mismo Rivera, es dejar atrás el paternalismo estatal "que creó en muchos sobrevivientes una mentalidad de miserables".

El mensaje tiene sabor añejo, dado que en las mismas paredes del antiguo hospital se lee: "Aquello que no construyamos nosotros nadie nos lo va a construir. Ellos están convencidos que de la angustia del pasado surgirá la seguridad del futuro".

Romper el miserabilismo pasa por una visión y un trabajo colectivo, pero también por estímulos a nuevas inversiones, que no son muchas, por cierto.

La mayor apuesta en marcha es la construcción del Frigorífico del Norte del Tolima. José Galindo, uno de los siete inversionistas, dice que en la fase inicial se comprometerán 3.000 millones de pesos, para sacrificar 150 reses diarias, que servirán para atender la demanda de 14 municipios del norte tolimense.

En esta obra, precisa el empresario, se generan 34 empleos en la construcción y de 70 a 80 permanentes cuando entre en funcionamiento. Todo sirve, sobre todo en un municipio que no ha podido sacar de la condición de elefantes blancos obras como "La Caracola", un centro cultural que ahora luce como el solitario colmillo de un dinosaurio; el polideportivo, que solo tiene desarrolladas la piscina y la cancha de fútbol; y una plaza de mercado con capacidad para más de 60 puestos, en donde doña Trinidad Marín reina como la solitaria y afortunada vendedora de revuelto.

En verdad los armeritas poco tienen para conmemorar en este primer cuarto de siglo de su tragedia. A su ánimo quizás le vengan bien estas palabras que la poetisa Gloria Constanza Monroy González escribía el pasado jueves en los muros de una antigua mansión de Armero. Pero deben grabarla bien en algún lado, porque está escrita con frágil tiza de colores:

"Porque desde ese 13 de noviembre la oscuridad habitó nuestras casas y la tristeza se quedó en acechanza. Pero aún somos capaces de reír y de descubrir que la vida nos pertenece".

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