El reciente golpe de Estado en Honduras ha causado un gran impacto en la región y una seguidilla de condenas de la comunidad internacional, pero hasta el momento las mismas se han mostrado como ineficaces para lograr revertirlo. La gran pregunta que subyace es el porqué de esta respuesta en contra por la comunidad internacional y qué riesgos para la estabilidad de las democracias de la región se pueden derivar de lo anterior.
A finales de los 70 y comienzos de los 80 se iniciaron las transiciones hacia formas democráticas de los gobiernos autoritarios -trátese de dictaduras militares, autoritarismos personalistas o de partido único- que se habían expandido en Latinoamérica bajo el influjo de la doctrina de la seguridad nacional. La justificación de los gobiernos autoritarios era defender la democracia de la amenaza comunista, ya fuera el enemigo externo o el llamado 'enemigo interno' que finalmente eran no sólo los miembros de los partidos comunistas, sino todas las expresiones de protesta social y sus liderazgos y esto era predicado por sectores políticos, sectores de las elites dirigentes y no sólo por las Fuerzas Armadas que en ocasiones eran instrumentalizadas. Estos autoritarismos dejaron experiencias muy dolorosas en los países de la región -todavía en países como Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, ese tema de 'arreglo de cuentas con el pasado' está en la agenda de las actuales sociedades- y eso explica el rechazo y el temor en dichas sociedades por un retorno al pasado; las únicas democracias a fines de los 70 en Latinoamérica eran Colombia, Costa Rica, Venezuela y México.
Ahora bien, la democracia, como sabemos, no es solamente acudir al método de mayorías y minorías para tomar decisiones políticas, sino equilibrio y control mutuo entre los poderes públicos, estabilidad en las reglas del juego y subordinación de las Fuerzas Armadas y de Policía a los gobernantes civiles, incluyendo su despartidización -los militares y policías como institución no pueden apoyar a ningún partido político en la sociedad, pues deben ser los garantes para todos-. El problema es que la consolidación democrática sólo se hizo a medias en la región.
En el caso de Honduras, es verdad que hay antecedentes de polarización social y política, también de actuaciones y relaciones interinstitucionales equivocadas de las partes en contienda; lo que no es aceptable es acudir a las Fuerzas Armadas para dirimir esta confrontación política y que no se apele a los procedimientos institucionales y de juzgamiento para sancionar a quien lo ameritara de acuerdo con la Constitución y la Ley. Lo que no es aceptable, desde lógicas democráticas, es que se vuelvan a utilizar los mismos argumentos por las elites tradicionales, sectores políticos, Fuerzas Armadas del pasado para tratar de justificar lo injustificable, sólo que ahora no es la 'amenaza' el comunismo, sino ser parte del Alba.
También molesta y debe ser rechazado el intento de intervencionismo 'abierto o encubierto' de otros gobiernos de la región, que se pretenden presentar como 'salvadores' de los presidentes. Si en el pasado se criticó con razón el intervencionismo norteamericano en la región, ahora no se puede remplazar un intervencionismo por otro. Debe haber coherencia en la política exterior de los países y organizaciones regionales, no se puede por un lado criticar a la OEA y la Carta Democrática como recientemente lo hacían algunos países, pero cuando se produce esta crisis en Honduras, entonces sí se invoca a este organismo y a este documento para pedir la restitución del presidente depuesto.
Si el golpe de Estado en Honduras se consolida, se envía un mensaje muy preocupante a las elites regionales, sectores políticos y de Fuerzas Armadas en la región: es posible volver a la época del golpismo con toda la incertidumbre que ello genera en América Latina.
* Profesor Universidad Nacional
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