x

Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

Bañadas en oro y en pobreza

HACE TRES SEMANAS ellas salieron cargadas de medallas de oro de los Juegos Panamericanos. Ahora, algunas regresaron a su realidad de pobreza y sueños de bienestar.

  • Bañadas en oro y en pobreza | Henry Agudelo, Enviado Especial, Quibdó | Jennifer Padilla González corre por la Liga de Atletismo de Chocó. En 2012, cuando se efectuarán los Juegos Olímpicos, en Londres, en los cuales participará, cambiará de liga. Lo más probable es que se decida por la de Antioquia, donde vive y entrena desde hace años.
    Bañadas en oro y en pobreza | Henry Agudelo, Enviado Especial, Quibdó | Jennifer Padilla González corre por la Liga de Atletismo de Chocó. En 2012, cuando se efectuarán los Juegos Olímpicos, en Londres, en los cuales participará, cambiará de liga. Lo más probable es que se decida por la de Antioquia, donde vive y entrena desde hace años.
19 de noviembre de 2011
bookmark

A su paso por Quibdó, el Atrato se demora en Bolsillo Atrás para tener vida de barrio. Allí, esas aguas parduscas, terrosas, que arrastran basuras, parecen detenidas a un metro debajo de las casas de madera encaramadas en zancos. Dos o tres veces al año, cuando el río está crecido, entran por las junturas de las tablas del suelo y los habitantes deben correr a alzar los muebles y los enseres para que no se echen a perder.Una de esas viviendas es la de Jennifer Padilla González, la campeona; la atleta que gana las pruebas de 200 y 400 metros planos en Colombia; la que pone a gritar de contento a los vecinos del barrio Kennedy donde está enclavado ese sector de calles formadas por escombros resultantes de obras de infraestructura de la ciudad; la medallista panamericana, quien con sus hazañas en Guadalajara, México, hizo enorgullecer tanto a la Gobernación de Chocó, que en su página electrónica dijo que éste es el "triunfo más grande que ha logrado un deportista perteneciendo a una liga chocoana"; la Flaca o la Gacela Chocoana, esa mujer que con sus logros hace abrazar de alegría a desconocidos en las calles del país.

Es cierto que la atleta ya no pasa en esa vivienda más que unos cuantos días al año, cuando va a saludar a la familia, pero esa sigue siendo su casa. Permanece en el barrio La Iguaná, de Medellín. Pero la semana pasada se dio una voladita para ir a mostrar a su mamá y sus hermanos la flamante medalla dorada, pesada y maciza, que la certifica como una de las mujeres más veloces del continente. En esa visita fugaz, sus paisanos la recibieron como heroína. La vieron pasar por las calles encaramada en un carro de la Policía y le gritaron "¡Campeona! ¡Campeona!". Fue en esos días cuando nos encontramos con ella y nos enseñó el mundo de barro en el cual se crió.

Allí estaba su madre, Yasmina, sentada en una silla de la sala. Orgullosa, contó que vio el reciente triunfo de su hija por televisión. Tras la silla en la que se encontraba, había varias formaletas para columnas de construcción hechas en hierro. Al preguntar por éstas, Jennifer contestó que en Chocó llueve casi todo el tiempo, pero a veces hay una tregua de una semana. "Necesitamos una de esas semanitas" para sembrar las columnas de la casa, pues el deseo es ir cambiando la estructura de madera por otra de concreto.

Yasmina es conversadora. Dijo que ella se crió en otro barrio, pero cuando algunos habitantes fueron invadiendo esos predios junto al río, su madre prefirió trasladar a la familia para allá, donde tendrían una guarida propia y no alquilada como antes. Que esta casa en que habitan tiene 12 años de haber sido erigida. Que tuvo primero un compañero de apellido Padilla, el papá de Narlin y Jennifer, y después, cuando esa relación no funcionó, formó familia con Benito Pizarro, con quien tiene otros siete hijos.

"Yo he cuidado mucho a mis hijos -manifestó Yasmina-. He vivido pendiente de que no se queden por ahí después del colegio haciendo nada. Sin embargo, yo no me daba cuenta de que Jennifer, cuando tenía 13 años, se iba para el polideportivo después de clases. Se la llevaba una amiguita. Ella le decía que correr era muy bueno, pero con el tiempo a Jennifer le gustó más que a ella".

Yasmina contó también que anteriormente el sector donde viven se llamaba Cachama. Y como no tenía claro por qué cambió por Bolsillo Atrás, con una desenvoltura que hizo fácil imaginarla de adolescente, participando en atletismo en los juegos intercolegiados, tal como ella relató minutos antes entre sorbos de un batido de chocolate, se puso en pie de un brinco y salió corriendo a buscar a una de las vecinas fundadoras para consultarle la razón de semejante nombre.

En su ausencia, la campeona Panamericana habló de temas diversos. Dijo que la medalla que más le gusta es una que ganó en Barcelona, España, porque lleva su nombre grabado; que eso de ganar preseas en juegos nacionales o internacionales es una cosa "normal", la cual su mamá y la mayor parte de la gente sobredimensiona, pero que ella no ve nada de extraordinario en eso. Que tras el recibimiento de sus paisanos la semana pasada, le abrieron una cuenta de ahorros, con el fin de ayudarle a conseguir una vivienda digna.

"Bolsillo Atrás -dijo la madre entrando sin muestras de cansancio- se debe a que la Alcaldía no quería dar paso por Kennedy a este recodo que el caserío forma junto al río. Quedaba aislado. Después, con la pequeña entrada, quedó como un bolsillo".

Además de la sala, está la cocina. Hay luz eléctrica. Lo que no hay es acueducto. El agua para cocinar y bañarse y lavar la ropa y asear la casa, la obtienen de la lluvia. Para eso, el tejado es de zinc y tiene canoas que conducen el líquido hasta un tanque azul instalado en la cocina. El baño tiene paredes de cortina de plástico. En esta parte de la ciudad tampoco hay servicio de recolección de basuras. Por eso, los desechos en el río: hasta armarios de fibras sintéticas pasan aguas abajo.

"Al principio, el deporte de Jennifer era costoso: en la liga no le daban zapatos para correr y la niña tenía que hacerlo con los tenis de educación física, que yo vivía comprando".

Empinadas, unas escaleras llevan a una habitación en el segundo piso. Allí duermen todos. Entre ellos, varios hermanos de Jennifer, uno de los cuales, Kléiser, un muchacho de 18 años, sigue sus pasos, es decir, sus grandes trancos: es atleta. Es allá donde están muchas de las medallas de la deportista. Y las camas. Y los roperos. Y las ventanas que dan al balcón y por donde entra el aire húmedo. Y el balcón donde se seca la ropa recién lavada y desde el cual uno puede ver las calles de tierra que los líderes comunitarios todavía no han terminado de llenar de escombros.

Benito Pizarro es aserrador; Yasmina, cocinera. Ella habla por teléfono con su hija todos los días y, a veces, si ésta no tiene que moverse de Medellín, le envía en avión alguna de las viandas que más le gustan, para consentirla; "pastas, especialmente".

La Princesa de Turbo
Fidelia Oliveros estaba sentada en la sala de su casa sosteniendo un manojo de medallas cuando dijo: "desde que murió Roberto, vivimos de la misericordia de Dios". Su hija Reina estaba a su lado.

La primera es la mamá de la atleta Princesa María Oliveros, campeona Panamericana de los 400 metros vallas; el Roberto de quien habla, es el papá de la deportista, muerto hace más de 15 años, y las medallas, algunas de las obtenidas por esa mujer que para ella "sigue siendo la niña de la casa", aunque tenga 36 años.

La casa de Princesa no será un castillo, pero para ella y su familia es una mansión. Pintada de azul, está situada en la Avenida Gonzalo Mejía y marcada con el número 19-29 entrando a Turbo por el sur. A la vera de la troncal, el tráfico agitado mantiene la fachada polvorienta cuando no llueve; salpicada de pantano cuando hay lluvia. Afuera, una marquesina protege la entrada y un letrero anuncia servicio de soldadura.

Al pasar el umbral e ingresar, aparecen dos casas. La primera es la materna: una galería de cuatro habitaciones, de las cuales la última es la de Fidelia. En ésta y en su propia cama acoge a la campeona cada que llega de visita, como en los tiempos viejos cuando ella vivía allá, con ellos, porque, como dijo, ella sigue siendo la niña.

La habitación de Fidelia queda frente a un patio con piso de tierra apelmazada del cual se ve el firmamento cargado de nubes. Tiene tres cañas sembradas y está habitado por palomas, gallinas, un gallo, el gato Ramón, una perra llamada Niña y un morrocoy de nombre Morroco. La otra casa se descubre al fondo, después del patio: es la de Reina y sus hijos. Una vivienda de piso de tierra, paredes de madera y tejado de zinc.

Pero Castillo, más que la casa, debería ser el primer apellido de la campeona, como lo es de sus hermanos Roberto, Robert, Reina y Javier. Según contaron a dos voces Reina y Fidelia, Princesa nació en Luruaco, Atlántico, el 10 de agosto de 1975. Allí vivió un año, pues a su padre le resultó trabajo en asuntos de transporte, en Urabá. Fue entonces cuando se trasladaron para Turbo, aunque no a esta misma casa, donde "llevamos 21 años". Eran los tiempos en los cuales en el golfo campeaba la violencia y Roberto fue asesinado. Cuando Princesa requirió su registro civil para la graduación, fueron a Luruaco y no encontraron nada: la Registraduría se había incendiado y los documentos, entre ellos el registro de la deportista, habían sido devorados por las llamas. No había tiempo de trámites. Así que su madre, Fidelia, la registró con sus apellidos, Olivero Bohórquez, y punto. "Pero ella sabe que su papá siempre le dio su apellido", dijo la mamá.

La misericordia de Dios de la cual han vivido no es otra que los esporádicos negocios de Fidelia. Cuando no vende bollos, vende queso; cuando no vende queso, vende sábanas... ha habido épocas difíciles, pero, en general, algo ha hecho para conseguirle el plátano con huevo a Princesa, la sencilla vianda con la que se alimentaba de pequeña y por la cual se desvive.

"Al principio fue muy difícil sostenerle ese deporte. No corría con zapatos adecuados. James Ochoa, el entrenador, tenía que ayudarle mucho; le daba los pasajes. Es que esa muchacha está hecha de sacrificio", dijo su mamá.

Por su parte, Reina cree que su hermana, la campeona, le ha enseñado dos valores: la tolerancia y la perseverancia. El primero, soportando las más duras críticas; el segundo, insistiendo en continuar en ese deporte, incluso en una época en la cual una lesión estuvo a punto hacerla claudicar.

Fidelia y sus hijos están preparando un festejo para recibir "a la niña", de quien esperan pase con ellos, como cada año, del 22 de diciembre al 10 de enero. "A ella le gustan el pescado y el patacón, pero cuando venga le vamos a matar esas cuatro gallinas; las estoy bregando a dejar para ella. Las otras, nos las hemos comido nosotros".

Paradas ante las cañas para una fotografía, Reina recibió una llamada de Princesa, desde Medellín. Cuando su madre tomó el teléfono para hablarle, le reclamó por no haberle avisado de nuestra visita, pues habría preparado comida. "No les dé comida a los periodistas, que se amañan", bromeó la campeona.

La abuela Ayola
Caterine Ibargüen Mena, la campeona Panamericana de Salto Triple, se crió en el sector de invasión más grande de América Latina: el barrio Obrero de Apartadó.

Ella se levantó al lado de su abuela Ayola Rivas Rivas porque la violencia de la zona bananera hizo huir a su padre, William, quien en los ochenta era coordinador de braceros. La situación era tan difícil -evocó Ayola, sentada en el frente de su casa, a la sombra de un frondoso mango y ante la adormecida atención de un perro negro de una casa vecina-, que mataban a los trabajadores de las fincas para generar vacantes. Las amenazas fueron tales que todos en la casa le rogaban a William que se fuera. "No me importaba morir -recordó-. Yo paraba a esa gente en cualquier calle para preguntarle qué les había hecho mi hijo". Al fin, con dolor en el alma, él se fue a vivir a Medellín y, después, a Venezuela. Y como la mamá de Caterine se fue a buscar oro, "la niña se quedó conmigo".

Un día, cuando la chiquilla tenía diez años, llegó corriendo a decirle a mamá Ayola que un señor le había dicho que ella podía ser atleta. "Y va a hablar con usted". La abuela le contestó con una pregunta: "¿a usted le gustaría?". "Pues claro que me gustaría". "Si es así, dígale a ese señor que su abuela le dio permiso". Era 1994. Cuatro años más tarde, Caterine, con 14 años, se radicó en Medellín, para tener mejores entrenamiento y alimentación. "Cuando se fue, su tía Luz Mery y yo, lloramos. La despedimos como si se hubiera ido para siempre".

Mamá Ayola tiene 74 años y aún no se jubila. Ha trabajado casi 30 años en la finca bananera Sarapalma y, aunque desde hace varios años no le asignan tareas, debe ir todos los días y cumplir con el horario, si quiere que le paguen 24 mil pesos diarios de salario.

Esa casa, fruto del esfuerzo de toda su vida, todavía no está terminada. Está situada en la que hasta hace unos años era la vía principal de Apartadó. Ahora, la de más importancia pasa a una cuadra de su vivienda. Por eso, la municipalidad optó por pavimentar la última, no la de los Ibargüen, que sigue siendo un pantanero.

Cuando Caterine llega a Urabá, en diciembre, se queda donde su madre, Francisca Mena, en Turbo. Allá tiene las medallas. Ayola, quien no dejó morir en ella el recuerdo y el afecto por sus padres, duda de que la muchacha arrime a saludarla. Y si arrima, acaso se quede más de un par de horas. "¿Y el oro del Panamericano? Ese lo veo yo por televisión".

De Quibdó a Urabá
En la entrada de la casa de Ubaldina Valoyes Cuesta, en Apartadó, hay un puesto de arepas paisas que todas las mañanas esparce su aroma por toda la cuadra. Cuando la venta termina, sigue la de legumbres. De eso vive María Melba, la mamá de la campeona Panamericana de Levantamiento de pesas en la categoría 75 kilogramos.

Esa casa es de una tía de Ubaldina. Se la prestó hace ocho años y "la ocuparemos hasta el día en que ella nos diga: desocupen; necesito mi rancho". Dijo María Melba, organizando unas 200 medallas de diversos metales en la mesa de centro de la sala. Su nieto, Dinéifer, hijo de Ubaldina, la oía medio distraído como se oyen las cosas que no se cree que vayan a suceder.

A Melba la halaga que su hija viva viajando. Un día la llama de un extremo de Estados Unidos y a los dos días, del otro. Y ha ido a Europa. Pero si no hubiera sido por el deporte, no conocería más que Quibdo, su tierra natal, y Urabá, donde se crió.

"Ubaldina está por venir. Me escribió desde Francia, donde participó en el mundial. Me dijo que estaba aburrida, con mucho frío y una gripa muy fuerte. Cuando va a salir para acá, me llama y dice: "Acuérdate, mamá: pescado, arroz con coco, ensalada... Tú sabes lo que me gusta".

Te puede interesar

¿Buscando trabajo?
Crea y registra tu hoja de vida.

Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD