Excesivo alboroto por la boda mañana en Londres del príncipe Guillermo contra Kate: 1.900 invitados, 2 mil millones de voyeristas seguirán la velada por televisión, hay 7 mil periodistas acreditados.
Todo porque el rescatista y piloto es miembro de una institución tan inútil como el bolsillo de la piyama: la realeza.
Callados, Gloria y yo nos casamos hace 38 abriles. Éramos seis los protagonistas: los novios, por razones obvias, los padrinos-parceros Álvaro Vasco (q.e.p.d.) y Marthica Fonseca, Víctor Escobar y Rocío Mejía.
Los invitados a nuestra abadía de Westminster (capillita privada de la iglesia de Suba, en Bogotá), fueron los mismos invitados a nuestro palacio de Buckingham (almuerzo en Las Acacias, y en la noche, vinillos en el apartamento-garaje de los Escobar). Invitaron los padrinos.
Nada de 1.900 invitados a la Iglesia, 650 al almuerzo y solo 300 a la discriminadora cena íntima, como sucederá en Londres. En nuestro enlace, compartimos todo el día.
Solo un periodista asistió la boda: este pecho. Uno de la banda de los seis tomó una meritica foto para perpetuar la boda más barata del año. (El matrimonio real costará 160.000 millones de pesos).
La pareja inglesa utilizará Rolls Royce y carruaje. Nosotros viajamos en proletario taxi.
En esa austeridad jiponga en que nos casamos radica, quizás, el secreto de los 38 años que llevamos juntos. Comparto esa receta con futuros contrayentes.
Sugerencias adicionales: que los novios digan siempre: "sí, amor", no hablar dormidos, y que antes de casarse, pidan referencias. Si para arrendar un apartamento exigen tener papamóvil y eructar caviar, para casarse, las partes deberían tener la opción de hurgar en el pasado sentimental del otro.
Un acontecimiento imprevisto le puso pimienta al casorio: el día del matri se incendió el edificio Avianca. Levantaba para la yuca como reportero en Todelar. Llamé a mi Julieta a la casa de su hermano Gabriel donde esperaba a su Romeo. Le comenté que me tocaba cubrir el incendio y que hablaría con el padre Carvajal para aplazar la ceremonia.
Con estoicismo de la mejor ley, la hija de Eleázar en Fabiola dijo sí.
Como no había fiesta, Carvajal, mi profesor de latín y literatura en el seminario, accedió. Nos casamos después, con canto gregoriano a manera de banda musical. Vamos en dos nietos australianos.
¿Lo malo? Nadie nos regaló una prosaica licuadora. Tocó comprar olla atómica. Como todo ha subido, Guillermo y Kate piden donaciones a través de www.royalweddingcharityfund.org.
Para conservar el amor vivíamos separados 500 kilómetros. Al contrario de Guillermo-Kate, solo dormimos juntos a partir del momento en que Carvajal nos leyó la epístola de Pablo.
Consumada la ceremonia, llamé al director de Todelar, Alberto Giraldo, a informarle sobre lo ocurrido. El Loco me madrió como él solo sabía hacerlo: "2&%$#, tenés cuatro días de indemnización por casarte".
Me quedo con mi boda. Ahí les dejo el cuero.
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