Es dramático el impacto que tuvo y que tiene sobre la gente de Bojayá la explosión de un cilindro-bomba arrojado por las Farc mientras combatía con paramilitares, el 2 de mayo de 2002.
A la lista aterradora de muertos del momento mismo de la explosión (119) ahora se suman por lo menos otras cinco personas fallecidas por cáncer e infecciones graves que acabaron sus vidas en estos años posteriores al estallido de la pipeta.
En la actualidad, dos lugareños más (Santos Mena y Miriam Córdoba) sufren males de salud asociados también con infecciones y cáncer. La señora Córdoba Algomedo recibe incluso tratamiento oncológico en una clínica de Medellín.
En un reportaje y un informe especial publicados por este diario el domingo y lunes pasados, las víctimas sobrevivientes reclamaron una brigada urgente de salud que las examine con rigurosidad para saber finalmente qué es lo que ocurre y para que el Gobierno y otras entidades internacionales y no gubernamentales determinen un plan de tratamiento oportuno que impida más muertes.
Pero, tal como lo mostró el trabajo periodístico, no se trata solo de los males de salud que aquejan a los habitantes de ese municipio chocoano, ubicado a orillas del río Atrato. Aquel bombazo despedazó la historia familiar y social de Bellavista-Bojayá. Numerosos hogares quedaron partidos por la tragedia del conflicto armado.
Se percibe además, por los efectos que dejó entonces la acción de los grupos armados irregulares, un atraso económico y colectivo impresionante: un comercio incipiente, una escasez de empleos desesperante y un impacto sicológico devastador entre los niños y jóvenes que sufrieron el ataque. Este 2 de mayo los habitantes de Bojayá recordarán a sus víctimas y llamarán la atención del país, para que no los dejen solos.
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