En el día de los derechos humanos, ¿por qué no hablar de los deberes humanos? Sesenta años no han sido tiempo eficaz para que las mayorías humanas del planeta accedan a ese mínimo de bienestar que les daría la afirmación de sus derechos humanos. Tal vez la razón de este fracaso sea precisamente el desconocimiento que hacen las minorías humanas, de los deberes humanos.
Bien haría entonces la ONU proclamando la Declaración Universal de los Deberes Humanos, entre cuyos artículos estarían los siguientes:
- El deber de advertir que la infelicidad de uno lastra la felicidad de todos.
- El deber de ver en cada muerto un adelanto de la muerte personal y en cada mutilado un tajo de los miembros propios.
- El deber de tratar al planeta como el único escenario de los juegos humanos y por lo tanto como la prolongación del cerebro en numerosas inteligencias y sensibilidades.
- El deber de descubrir en cada diferencia una riqueza y en cada personalidad un complemento.
- El deber de ganar autoridad con merecimientos y de evitar el poder sobre los demás hombres.
- El deber de reverenciar toda vida, de ponderar la sangre que enrojece toda vena, de venerar la savia de donde viene el alimento.
- El deber de poseer y de gastar únicamente lo que una vida individual requiere para ser fuerte, alegre y prospectiva.
- El deber de transmitir por ósmosis a los hijos los ademanes útiles para la expansión del universo.
- El deber de la curiosidad, de la admiración; el aguijón que lleva a conocer lo conocible y a aceptar lo misterioso como parte de lo natural.
- El deber de cultivar un fuerte temple interior, que no deje ocasión para la avaricia ni para la libido de poder.
- El deber de observar la dimensión política de la vida cotidiana y la naturaleza pública de las costumbres domésticas.
- El deber de interpretar las energías y de entender su manejo adecuado, sean éstas la solar, la eólica, la nuclear, la sexual.
- El deber de adelantar un movimiento de liberación masculina, para que las feministas no languidezcan en la soledad.
- El deber de contemplar lo creado, de modo que cada creación sea digna de canto y de agradecimiento.
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