Al igual que muchas despechadas, mantengo sobre mi mesita de noche toda la colección de libros de Walter Riso. No me falta ninguno. Soy el único hombre masoquista que los leo y los vuelvo a leer. Confieso que me volví un adicto de la obra de este evangelista del amor. Estos libros, que deben mantenerse fuera del alcance de personas felices, son desde hace tiempo los que han evitado que me corte las venas.
Desde cuando hace dos años, luego del bombardeo en Sucumbíos, vi a la plañidera del velorio de Raúl Reyes , el Presidente Rafael Correa, llorando como desconsolada actriz venezolana, supe que los colombianos no íbamos a conseguir su perdón con la fórmula mágica del cachón: serenata, chocolates y flores.
Cómo estaría de ofendido Correa que Álvaro Uribe, hijo probeta de mi Dios, prefirió pedirle perdón al supuesto ofendido, en una reunión de Presidentes en República Dominicana, mientras Correa lo miraba cual rabioso y colimocho perro dóberman.
Chayanne Correa, casi dos años después, sabiéndose el papi más lindo de Ecuador, no olvidó la ofensa. Le tocó al canciller colombiano Jaime Bermúdez, quien mantenía el peinado cual si hubiera estado en el bombardeo, arrodillarse por meses y aguantarse interminables reuniones en Quito, para tratar de conseguir el perdón que nunca llegó.
Al ver que la diplomacia colombiana no tenía el tamaño del orgullo y la prepotencia del Presidente Correa decidí descompletar mi colección y enviar a la Casa de Nariño mis tres libros favoritos de Walter Riso: Amar o depender, Amores peligrososy Lo que toda mujer debe saber a cerca de los hombres.
Para conseguir el perdón de Correa, sólo era cosa de leer los libros de Riso y esperar la oportunidad.
La oportunidad debía llegar, teniendo en cuenta que el presidente Santos maneja los medios mejor que Claudia Gurisatti y siempre llega primero a la noticia que los reporteros: Aparece al lado de un humilde ciclista que gana una carrera en Francia, luego se le ve en un campamento desmantelado y más tarde en un derrumbe.
Esta semana vimos al presidente Correa diferente, sin su camisa con figuritas del álbum de Pannini y sin su acostumbrada sonrisa petulante. Lo vimos cojo, desencajado y casi llorando porque lo iban a bajar del poder.
Santos, quien no pudo viajar a Quito para evitar que lo encarcelaran, cerró la frontera con Ecuador y agarró su avión, apareciendo al momento con Cristina en Buenos Aires, respaldando a Correa y citando a Unasur, pequeño sindicato presidencial, caracterizado por tratar de suplantar a la OEA, en el sentido que ambos se sostienen con nuestros impuestos y ninguno de los dos sirve para nada.
Luego que la asonada policial pasó, Correa recuperó la calma y se le vio dándole un besito de agradecimiento a nuestra Canciller por el apoyo. Muchos colombianos creen que ya nos perdonará, pues esos son los detalles que enamoran.
Yo no canto victoria, pues Correa después de meditar, podría reiniciar su acostumbrada y tierna serie de pucheros. Yo siendo Santos, sería precavido y mantendría en la mesita de noche los libros de Walter Riso.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6