La felicidad de los jugadores de Liga Deportiva Universitaria de Quito y un pequeño grupo de hinchas que tuvo el honor de vivir en directo la hazaña de sus ídolos, contrastaba en la inmensidad del estadio Maracaná, que esta vez se evacuó más rápido que nunca.
Eran casi las dos de la madrugada en Río de Janeiro y las voces de los locutores se habían apagado tras el último cobro desde el punto penalti, tanda en la que el arquero José Cevallos tocó el cielo. Su misión de narrar el primer título de Copa de un elenco carioca en su estadio, se había frustrado y no valía la pena gastar más garganta ante tanto sufrimiento .
Los cronistas ecuatorianos sonreían y alardeaban del triunfo, con gritos y voces que salían del corazón. !Liga acaba de lograr su más grande hazaña, viva Ecuador!
Un grito, un comentario atinado, lo que fuera sería suficiente para contarles a sus oyentes que Liga, el chico, le había ganado con honores la definición del título de la Copa Santander Libertadores al encopetado Fluminense, el mismo que dejó en el camino a Nacional y hasta a Boca Juniors.
A la mente vinieron recuerdos de aquella noche de julio de 2004 el Once Caldas, en Palogrande que venció al Boca y le dio la segunda estrella a Colombia en el certamen continental de clubes.
El cuadro ecuatoriano dio la vuelta olímpica casi en soledad, pero con todo el fervor del caso, seguro de que a la distancia un país vibraba con una victoria que removió las heridas brasileñas con el Maracanazo que ya tiene varias versiones, iniciadas en 1950.
Tristeza sin desmanes
Así como aprendieron a celebrar sus gestas en el fútbol, los brasileños también saben soportar la tristeza. Sentados en las afueras del Maracaná, muchos esperaron la salida del bus con los jugadores del Fluminense, a quienes despidieron en silencio, cuando horas antes los habían recibido entre cánticos y algarabía.
Con las banderas a espaldas, tristes, pero sin ofensas a los rivales, los seguidores tricolores abandonaron el Maracaná. No hubo Carnaval. A esa hora, la fiesta estaba en Quito.
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