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EL CENTRO INDOMABLE

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20 de julio de 2014
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El descaecimiento del centro de Medellín comenzó cuando fuimos aceptando la falacia de que el nuevo corazón de la ciudad sería La Alpujarra, un cuarto de siglo atrás. La zona central empezó a deteriorarse. Fuimos abandonándola, a pesar de tantos esfuerzos enormes pero hasta ahora estériles para rehacerla como estrella nuclear y escenario principal del encuentro plural y la convivencia ciudadana.

Como la sede de los poderes ejecutivo, normativo y judicial ha sido siempre el foco de atracción para los ciudadanos organizados, por una tendencia ancestral se ha creído que el eje de la vida en comunidad es la oficialidad burocrática. Pero la ciudad es un organismo complejísimo, formado por diversidad inconmensurable de hechos urbanos, de intereses y condiciones humanas. No puede reducirse con simpleza a las relaciones de dependencia entre institucionalidad y gobernados, así la presencia de lo estatal sea potente y avasalladora, sobre todo cuando se acentúa la impresión de que la función principal del Estado y sus agentes consiste en acosar, molestar, controlar al ciudadano y tratarlo como evasor malicioso e infractor en potencia, que no merece ampararse en la presunción de inocencia y la buena fe.

¿Por qué el viejo centro de Medellín dejó de ser prioridad de las administraciones, que han cultivado una permisividad que no aceptarían para los barrios y la periferia? No frenaron su desorden repulsivo, porque les ha representado una suerte de ciudad indomable, opuesta al sometimiento al control oficial, y una competencia privada, del comercio formal e informal, frente a la pretensión de forzar que el centro total sea la Alpujarra. Por más que arrecie el desdén oficial y aunque el Metro los haya relegado y pese a la anarquía y la inseguridad del entorno, ni la antigua Gobernación, ni San Ignacio, ni el Parque de Berrío, ni el de Bolívar y la Basílica, ni Junín con La Playa se borrarán como referentes culturales del Medellín en que nacimos y nos criamos, así como La Alpujarra, El hueco, Plaza Mayor, etc., son símbolos emergentes que nos resistimos a admitir como emblemas de una nueva ciudad por hacer.

Abandonamos el centro. Es paso obligado pero estresante. Antiguos residentes y medios periodísticos, que eran sus centinelas insomnes, también emigraron. Todo, por el disparate de inventarse un nuevo centro donde antes hervían la informalidad, el malevaje, la trashumancia de los viajeros indiferentes de trenes y buses. Como viejo habitante y testigo fiel de Medellín, no puedo negar que me resisto a volver a ese centro que aviva tantas nostalgias y subleva contra los desatinos de tantos dirigentes y la improvidencia gubernativa. Así Medellín como vamos aliente la confianza en un porvenir mejor, el centro lo perdimos y sólo una estrategia heroica permitirá restaurarlo

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