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EL CONTROL DEL CRECIMIENTO

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21 de enero de 2014
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La desaceleración del crecimiento en China es un objetivo gubernamental que, con sobradas razones, aterroriza al resto del mundo. Un mundo que apenas logra mantener la cabeza fuera del agua después del fenomenal colapso económico y financiero del año 2008 y que marcha, desde entonces al ritmo que se dicta en el lejano país asiático. Pero China seguirá siendo un pivote de la expansión o de la contracción de la economía mundial y esta realidad está allí para quedarse.

Pero mucho más peligroso que un descenso sostenido y programado de su decrecimiento para llevarlo a tasas de expansión que se ubiquen en niveles de 5 a 6 % para el resto de esta primera década del siglo, es que el gigante continúe sumergido en la montaña rusa que ha caracterizado su comportamiento macroeconómico de los últimos dos años.

Sin importar cuál ha sido la cifra de expansión a la que han llegado al final de cada uno de los dos años pasados, las aceleraciones y desaceleraciones que se han padecido mes a mes lo que son es el signo de que todavía sus líderes no han logrado un comportamiento constante de las variables que afectan su expansión.

El proceso de reformas emprendido por el gobierno debe ser consistente con una tasa de crecimiento baja. Cada vez que la tasa programada se sobrepase, en lugar de calibrarlo de manera optimista y considerarlo un estímulo, lo que los analistas esperarían es lo contrario: que las autoridades logren entrar, por fin, en control de la ecuación crecimiento-consumo y no que esta brújula pierda el norte con la frecuencia que lo ha experimentado en los últimos 30 meses.

Tasas de crecimiento de 6 o 7 % del PIB lo que demuestran es que Beijing está enfrentando serias dificultades en instrumentar sus propias reformas y en controlar los riesgos financieros, que han sido la peligrosa tónica de los últimos dos años.

Lo que el resto del mundo debe observar con la respiración contenida no es solo la tasa expansiva de la economía del dragón sino el manejo que los chinos están haciendo de sus disparidades. Los economistas que observan el fenómeno chino indican, por ejemplo, que el rebalanceo al que China está apuntando para generar estabilidad, requiere que el crecimiento del consumo doméstico sea al menos 3 puntos superior a la expansión del PIB durante toda una década. Un crecimiento alto del PIB, entonces, limita la posibilidad de controlar otras variables -por ejemplo, la oferta de crédito- y genera las alteraciones desordenadas a las que hemos asistido recientemente.

Todo lo anterior es indicativo de que el año que recién comienza va a ser uno delicado por la atención prioritaria que deben recibir los pequeños detalles de los ajustes que el XVIII Plenario del Partido Comunista puso en marcha antes de cerrar el 2013. El programa de reformas es ambicioso en extremo, pero busca llevar al coloso mundial a manejarse dentro de las fuerzas del mercado, reducir los controles y erradicar el aporte unilateral de recursos para sostener su propia expansión. Esto es solo el reconocimiento de la fragilidad que el crecimiento exponencial ha inoculado a la gigantesca economía y de lo equivocado del dirigismo.

La buena noticia, dentro de todo el azaroso ambiente de este año, es que un programado menor crecimiento en China es un síntoma de sindéresis económica. De ortodoxia, en otras palabras.

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