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El horrendo escultor

  • Arturo Guerrero | Arturo Guerrero
    Arturo Guerrero | Arturo Guerrero
07 de junio de 2011
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El verdadero tiempo es acumulación. Pasa un segundo, no se conmueve el aire. Luego de un minuto, ni un bostezo altera al universo. Una hora, un día, tampoco suman en el recuento. Incluso un año o un lustro son insignificancias que todavía no dan para considerar el tiempo.

De diez años hacia arriba comienza la acumulación. La primera década no es drástica, es apenas un esbozo de la duración. Veinte años exigen ya un respeto, corresponden a la vigencia ponderada de una generación humana. Treinta son definitivos. Mire usted un hombre de cuarenta años y proyecte su imagen hacia adelante, cuando cumpla los setenta. Son dos hombres, dos entidades de esencia probablemente irreconocible.

De ahí que el tiempo valga como agregado, no como gota que cae con paciencia.

Es cascada, no llovizna. Por eso la juventud no percibe el tiempo. Se sabe inmortal, inmutable, eterna, es insolente. Un muchacho carece de la perspectiva de la noria.

Las fotografías antiguas son la prueba sin apelación de la existencia del tiempo.

Ese bigote de película inocente, esas patillas de cuando el progreso era niño, ese pelo frondoso. Sí, la pelambre es el testimonio de que por aquí sopló otra época: barba, greñas, trenzas, mechones, bucles. Estos filamentos son banderas erguidas que paulatinamente pueblan el suelo adonde llegarán los huesos horizontales.

El contorno es la segunda muestra. Treinta años más tarde han desaparecido huesos y cinturas para dar paso a neveras, llantas, globos. El tiempo es horrendo escultor, talla a la inversa, agrega en vez de perfilar siluetas. Hombros, estómagos, jorobas son agregados de la paciencia del reloj. Se hacen patentes no día tras día, sino tras la irreparable ofensa de los decenios triplicados.

Ver el tiempo es alejarse hasta la perspectiva desde donde cobra figura un cuadro puntillista. Quien se acerca demasiado al punteo de instantes que no cesa, tiene la impresión de que no hay forma. Hace falta alejarse para adicionar lapso tras lapso hasta que una sucesión respetable revele la verdadera cara de la duración. Entonces surgen sorpresa, desaliento y añoranza.

Al tiempo se le aprecia al por mayor, cuando su paciencia hace salir las chispas invisibles al menudeo. Entonces no hay apelación, la vida no perdona segundas atenciones.

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