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El maldito dorado

20 de noviembre de 2008
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"Ambición", así respondió Alberto Ramos, un mensajero frente a la entrada sellada de Proyecciones DFRE de Belén, a la pregunta sobre las razones que lo llevaron a poner 40 millones de pesos (que no me explico de dónde los sacó) en esta empresa de captación de dinero.

Ambición, esa es la palabra precisa. El alimento de la soberbia, el origen de este caos que vive Colombia. No de los últimos 40 días, sino de los últimos 40 años. La ambición de los políticos que saquearon la nación con sus leyes amañadas a sus intereses, el de los narcotraficantes que, para proteger su patrimonio ilegal, han masacrado al país sin piedad. La ambición de los estafadores, ladrones y usurpadores que abundan en esta pobre patria.

Los colombianos tenemos la necesidad desmesurada de convertirnos en Dios: Todopoderosos y omnipresentes. Con un agravante inexplicablemente arraigado en la genética de nuestro destino: la mayoría queremos ser Dios con sólo apretar un botón. Lo queremos ya y a lo grande. Por eso el éxito del Baloto y la decadencia del chance y las loterías regionales.

Por eso el éxito de estas infames pirámides. A los colombianos no nos gustan las chichiguas. Queremos todo el dinero del mundo. Y eso nos conduce a cometer insensateces fabulosas para lograrlo: se vende la casa, la finca, el carro y la moto. Se presta lo que sea necesario. Se empeña el patrimonio de toda la vida, con la ilusión desbordada de triplicarlo en un par de meses.

Y lo que fue peor e inesperado. Estas entidades captadoras empezaron a cumplir. Y allí lo que era inicialmente una ambición menor y hasta entendible, se convirtió en una peste que contagió a dos millones de colombianos (¡Dos millones!), de reinversión de ganancias. La ilusión se transformó, por obra y gracia de ese maldito afán de querer ser Dios, en una búsqueda enfermiza del dorado.

Ahora que todo se derrumba, como evidentemente iba a pasar algún día, la gente culpa al gobierno y a la prensa por revelar esta red siniestra que iba a quebrar al país y le exige al Gobierno Nacional que les devuelva el dinero y cómo no, las ganancias.

La culpa es de cada una de las personas que creyeron que se puede ser rico de la noche a la mañana, que el trabajo de toda una vida se puede multiplicar como los panes y los peces. Pero la única invitación es que no terminemos en caos, como le pasó al campesino en Santander de Quilichao, en el departamento de Cauca, que resumió esta catástrofe en la última frase que escribió antes de quitarse la vida, cuando se enteró que había perdido todo en una de estas entidades captadoras de dinero: "Me mato, por estúpido".

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