La familia del siglo XXI vive una transformación profunda, debido, entre otras causas, al incremento de los medios de comunicación, la disminución de hijos y el trabajo externo de la mujer.
En esta atmósfera crece el número de niños consentidos. "Que a mi hijo no le falte nada de lo que me faltó a mí". Consentir es mimar. Mimo es halago, condescendencia excesiva, que lleva al niño a crecer sin espíritu de lucha en las dificultades. El mundo gira en torno a sus caprichos, la ley de su comportamiento. Si desaparece la persona que lo mima, queda en desamparo total, incapaz de enfrentarse a la vida por su cuenta.
El niño consentido es una obra de arte fallida. Los apegos, no el amor, determinan el trato que recibe.
Quien vive de apegos recoge, acapara, retiene y se vuelve esclavo y dependiente de personas y cosas, lejos de toda exigencia y responsabilidad.
Quien ama, da, se da, construye unión, comunión, comunidad. El amor hace libre, exigente y responsable, secreto del carácter, la personalidad.
El consumismo invade ojos y corazón. Consentimos al niño llenándolo de cosas hasta volverlo cosa perdida entre las cosas. Cree que vale por lo que tiene, no por lo que es.
Y como nada, fuera del amor, llena el corazón, vive la tortura de la insatisfacción. Descubre, para su gran sorpresa, que las cosas no lo hacen valioso, y él, a la vez, es incapaz de hacer valiosas las cosas.
El niño consentido desconoce la ascesis, entendida en su doble dimensión.
Una, la de saber vivir muy bien con muy poco; y otra, la de pulir artísticamente un material.
Material que es el mismo niño, que en realidad es para sí mismo el tesoro más grande que hay en el mundo, necesitado de pulimento infinito.
"Gocémonos, Amado, / y vámonos a ver en tu hermosura", canta S. Juan de la Cruz.
El Amante invita al Amado a gozarse en su hermosura. ¿Cuál? La de los dos.
El Amante se goza en la hermosura del Amado, y el Amado en la hermosura del Amante.
Cuanto más se ama el Amante, más se convierte en la hermosura del Amado; cuanto más se ama el Amado, más se convierte en la hermosura del Amante.
Gozo supremo el de ser por amor el uno la hermosura del otro, la hermosura de exigirse a sí mismo ser siempre más.
Dios siempre mayor, decían los antiguos.
* Monticelo, centro de mística
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