Vestida con un traje típico mexicano, recordando a García Márquez por darle alas a América Latina y hablando de republicanos en la presencia del Rey, Elena Poniatowska recibió ayer el Premio Cervantes, con un discurso de un marcado acento social, en el que recordó también que ella es apenas la cuarta mujer en recibir este galardón a las letras.
Ella, una francesa con apellido polaco que llegó a México siendo niña, destacó en sus palabras a las mujeres olvidadas y violentadas de México y de los otros, los ninguneados.
"Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan", dijo, casi al final de su discurso, decorado con recuerdos de Gabo (a quien llamó indispensable), de Marta Traba y de Álvaro Mutis, su amigo a quien visitó a la cárcel de Lecumberri.
Fue un discurso reivindicativo: "Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos", agregó la mexicana, la princesa roja, la cuarta mujer que gana el cervantes frente a 35 hombres que ya lo han recibido.
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