El mal manejo de su cauce, más el invierno que cada temporada es peor, han convertido al río Medellín en una tragedia para sus vecinos del corregimiento de El Hatillo, entre Girardota y Barbosa.
La imagen del desbordamiento del río, la semana pasada, resultaba desconcertante. El Medellín era perfectamente navegable para naves de gran calado. La inundación alcanzó 70 hectáreas, afectando a cientos de pobladores y predios de la zona.
Según Jaime Ortiz, dueño de uno de estos predios, algunas empresas dedicadas a la explotación minera han construido jarillones (muros de protección) en las riberas del río ocupando, de manera ilegal, las rondas hídricas, las llanuras de inundación y los humedales encargados de amortiguar las crecientes y los veranos, por las aguas que quedan allí.
Explica Ortiz que el río siempre ha tenido un volumen que se acrecienta por la rapidez con que entran las aguas lluvias de las zonas urbanas, pero como ya no encuentran esas llanuras de inundación, sino unos jarillones hechos dentro de las mismas aguas, se desborda.
Estas obras construidas, sin ningún tipo de estudio ni diseño hidráulico e hidrológico crean un efecto contrario en la ribera opuesta. "Allí el río descarga toda su fuerza y energía destruyendo todo lo que encuentra a su paso, desviando su cauce y generando inundaciones cada vez más fuertes", señala Ortiz.
Advierte que los problemas que ocasiona la construcción de estos jarillones, se han denunciado desde 1984 cuando existía el Inderena. "Corantioquia ordenó hace seis años a Argos, Mincivil y a otras empresas la suspensión de obras, la restitución de las rondas hídricas del río y tumbar los jarillones".
Contrademanda
Sin embargo, estas firmas demandaron la decisión de Corantioquia ante el Tribunal Administrativo de Antioquia, recodo en el que permanece desde hace cuatro años.
"Han ocurrido nuevos hechos que ameritan pronunciamientos, acciones y sanciones utilizando entre otras herramientas el decreto 373 que permite sancionar hasta 2.500 millones de pesos", anota Ortiz.
La situación, que incluso ya ha empezado a afectar la vía Hatillo-Girardota, tiene el agravante de que estas empresas mineras, una vez terminan la explotación, en lugar de permitir que se recupere la llanura de inundación, aprovechan para hacer rellenos en los socavones.
El mal también lo padece la hacienda El Progreso de la Universidad de Antioquia, cuyos pastos, cercos y otros bienes desaparecen en invierno y vuelven a surgir en el verano entre miles de toneladas de lodo.
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