Uno, filósofo callejero que se para en la esquina de los acontecimiento a mirar las cosas, los casos y las personas, se inclina a veces a recoger, como guijarros del camino, las palabras que acompañan la vida. Y las acaricia, las saborea, las deshace amorosamente. Las palabras no son fríos rótulos para señalar la realidad. A menudo son ellas las que condicionan la realidad y le marcan el sendero. O simplemente la crean.
Pienso en esto mientras a mi lado estalla la locura por el triunfo, ayer jueves, del seleccionado nacional en el mundial de fútbol. En el centro de ese entusiasmo desbordado, como en una madriguera oculta, aúllan los lobos del fanatismo. Y es explicable, porque las crisis (Colombia siempre ha vivido en crisis) son tierra fecunda para la exaltación, los movimientos carismáticos, los misticismos. También para la guerra, la confrontación, la intransigencia y muchas otras desmesuras. El hombre angustiado suele buscar la ebriedad. Como solución, como evasión, o simplemente como pelele columpiado por la fuerza de las circunstancias. ¡Gool…
La etimología de la palabra entusiasmo está preñada de significado. "Entheos", en griego, de donde procede entusiasmo, es literalmente el que tiene un dios dentro de sí. Pero no en el sentido místico cristiano, sino en el sentido pagano del delirio, del frenesí, del desbordamiento que producen el culto y la presencia de un dios que desata la fuerza báquica, dionisíaca, que genera el entusiasmo.
Vale recordar que para contrarrestar la exaltación y la exuberancia de la orgía, los griegos le contraponían una actitud de moderación, la "sofrosine", la higiene del alma de que hablaba Platón, que significaba prudencia instintiva, equilibrio perfecto, sentido exquisito para apreciar y realizar lo que conviene. A la "sofrosine" griega se opone la "hybris", que es todo lo contrario: inmoderación, insolencia, violencia.
La anterior reflexión, aguas arriba del lenguaje, demuestra los riesgos que acompañan el entusiasmo. El sabor religioso del vocablo puede hacer degenerar la actitud en peligrosos extremismos. El endiosamiento del personaje o del acontecimiento que genera el entusiasmo, casi lleva a volver una religión lo que desata el delirio. Por eso se habla hasta del fútbol como religión.
Se pierde el sentido de las proporciones. Se empieza a rendirle culto a lo que, o a quien, causa la ebriedad y el delirio. De ahí al fanatismo no hay sino un paso. Porque también la palabra "fanatismo" tiene origen religioso. Cuando los "entusiasmados", asistentes al templo, fanáticos, ("fanum", en latín, es templo) no podían controlar su delirante frenesí y se desbordaban atacando, y destruyendo todo a su alrededor y persiguiendo a los no poseídos por su dios. Lo que sigue es la irracionalidad, la violencia.
¡Ojo, pues… Felices por los éxitos futboleros de Colombia, pero no caigamos en el frenesí del fanatismo. No es para tanto.
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