En 1904 Picasso se instaló en París, no en una habitación, sino en una estrecha y fea madriguera. Trabajaba sin descanso y amaba su arte, pero eran años de aislamiento y verdadera pobreza.
Si usted se acerca a su pintura y observa el cuadro La Tragedia, seguramente entiende por qué lo pintó.
Allí aparece una familia abatida y sus rostros son un espejo de la desesperanza y el infortunio.
El cuadro se exhibe en la National Gallery of Art de Washington y pertenece al período azul del artista.
Cuenta uno de sus amigos que en esos días aciagos y siempre, Picasso se concentraba del todo en lo que hacía:
"Era una entrega en cuerpo y alma, atento sólo al lienzo y la paleta con todos sus sentidos, como si estuviera hechizado".
Un buen testimonio para insistir en que eso que llaman suerte no es más que la suma de esfuerzo y entusiasmo.
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