Con señales de alerta sobre el impacto que la crisis mundial pueda tener sobre los más pobres y el renacer del proteccionismo, terminó ayer en Washington la asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
El viernes unas palabras del secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, hacían presagiar una declaración final llena de optimismo. Según sus declaraciones, recogidas por las agencias internacionales, habían señales, incipientes, de que lo peor de la crisis ya estaba pasando. Tal anuncio es como un segundo aire para inversionistas, consumidores y gobiernos, que han encontrado en el cauteloso manejo de sus recursos la mejor respuesta a las turbulencias mundiales.
Pero nada. Un comunicado del Comité de Desarrollo, disponible en la página de internet del FMI, reconoce que el debilitamiento de la economía internacional le está pasando una severa cuenta de cobro a los países más pobres. De hecho se habla de una "calamidad humana y para el desarrollo", que podría comprometer el logro de los Objetivos del Milenio de las Naciones Unidas.
En las propias palabras del FMI y el Banco Mundial, "la crisis ya ha arrastrado a la pobreza extrema a más de 50 millones de personas, sobre todo mujeres y niños. Debemos atenuar sus repercusiones en los países en desarrollo y facilitar la contribución de este grupo de países a la recuperación mundial".
El recetario incluye ayudas a los países en desarrollo para que apliquen políticas anticíclicas. El acceso a financiamiento fresco, inclusive para el sector privado. El robustecimiento de los préstamos de la banca multilateral. Nuevos fondos para apoyar las microfinanzas. Aumento a 3.000 millones de dólares del programa de financiamiento del comercio mundial. Préstamo de 15.000 millones de dólares anuales para recuperación de infraestructura y protección de activos. Y, entre otros, el suministro de capital adicional a los bancos a través de la Corporación Financiera Internacional (IFC).
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