Vigésimo segundo domingo ordinario
" Dijo Jesús: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ". San Mateo, cap. 16.
Hay maneras y maneras de ganar. Surgen a diario distintas formas de acumular dinero, de acaparar tierras, de dominar al otro, de sobornar conciencias, de hacerse a una cuota de poder. Cada uno, con fama, con dinero, con prestancia, con subterfugios, con palabrería, se fabrica un pedestal.
Pero al final de todo esto, más de una vez, hemos perdido el alma: Ya no tenemos paz, ni alegría, ni capacidad de admiración. Ya no sabemos gozar con las cosas pequeñas y ordinarias. Se nos volvió duro el corazón.
De repente, la amistad degeneró en compraventa. Nos rodea la soledad. Los que antes se nos acercaban confiadamente, ahora nos miran desde lejos. Observan nuestras casas de ventanas cerradas y puertas de seguridad. Ya no tenemos tiempo para compartir, ni siquiera en familia.
Somos extranjeros en nuestro propio territorio. Giramos velozmente, cautivos en un extraño carrusel. Sólo escuchamos voces imperiosas que, aun durante el sueño, nos interrogan: ¿Cuánto? ¿A qué termino? ¿Con qué tasa de interés?
Creímos haberlo ganado casi todo, cuando casi todo lo hemos perdido. Porque supusimos ingenuamente que existían negocios en los cuales se ganaba o se perdía. Cuando en realidad en toda transacción se gana y se pierde a la vez.
Si vendo la casa paterna a cambio de una suma convencional, entrego mis recuerdos, la historia de mi infancia, una porción de sueños e inocencia. Cancelo la posibilidad de volver a sentirme niño.
Cuando pierdo un examen, gano la experiencia de mis limitaciones, la conciencia de mi falta de esfuerzo y la oportunidad de superarme.
En esencia eso es vivir: El secreto consiste en saber elegir entre lo que gano y lo que pierdo. Sólo el balance final me dirá si gané o perdí la vida. En este momento ya no habrá manera de rehacer lo hecho, de volverme atrás, de anular el compromiso.
Ganar consiste en sacrificar los valores presentes ante unos valores superiores.
En un leprosorio de Oceanía, una religiosa curaba las llagas de un enfermo. La visitante que la contemplaba, exclamó impresionada: "¡Yo no haría esto por un millón de dólares!"
"Yo tampoco", contestó serenamente la Hermana.
Porque hay maneras y maneras de ganar...
(Publicado el 30 de agosto de 1981).
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