Humillación. Es el calificativo que más se ha oído luego de la penosa situación impuesta a un Jefe de Estado latinoamericano por parte de varios países europeos: dejarlo retenido 14 horas en un aeropuerto sin poder continuar su itinerario, bajo sospecha de llevar a un fugitivo de la inteligencia de Estados Unidos en el avión presidencial. Y es, en verdad, la palabra que más se ajusta a la descripción de ese hecho que han denunciado las autoridades bolivianas.
Humillación, primero, a la persona de Evo Morales, Jefe de Estado en ejercicio que, en una aeronave oficial amparada por los convenios internacionales de inmunidad e inviolabilidad diplomática, sobrevolaba espacio aéreo europeo de regreso a su país, proveniente de Rusia.
Humillación, sobre todo, para el Estado boliviano y todos sus nacionales. No es sino ponerse en la piel de los bolivianos hoy, y pensar qué sentiríamos los demás latinoamericanos si fuese cualquier otro de nuestros jefes de Estado el zarandeado de esa forma por Gobiernos del primer mundo.
No ha sido Evo Morales un dechado de virtudes diplomáticas, ni paradigma de alta política para tratar sus diferencias con otros gobiernos. Miembro militante de la tosca diplomacia chavista, no sabe de sutilezas ni del necesario arte de negociar con inteligencia en el ámbito internacional.
Pero eso no justifica tan incorrecta respuesta por parte de esos Estados que pudieron poner realmente en peligro las condiciones normales en que debe volar un presidente.
El asunto no es solo indelicadeza diplomática. La actitud de Italia, Francia y Portugal, sumada a la de Austria una vez permitió el aterrizaje en Viena para, a renglón seguido, pretender -según versión del propio Morales- revisar el avión, fue contraria a las normas internacionales que dichos Estados bien conocen. Una presión muy grande tuvo que estar detrás de todo para haber forzado las cosas a un nivel tan bajo.
Una presión imposible de resistir, pero también una indiferencia poco disimulada de los gobiernos de esas naciones ante la dignidad de un Estado suramericano que no por falta de potencia económica merece menos respeto. Porque pese a que sobre la persona de su presidente haya reparos, discrepancias o incluso poca estima, representa a todo un país que lo ha elegido democráticamente. Ni más ni menos.
La crisis diplomática es, en este sentido, inevitable. Bolivia tomará las medidas de retorsión que considere oportunas. Ojalá lo haga con inteligencia.
Cuando el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, se solidariza con su colega boliviano pero a renglón seguido dice que esto no debe generar dicha crisis diplomática, no manifiesta tanto su buena voluntad como una ingenuidad extraña en él. Como si no supiera cómo se cocina la postura internacional del chavismo aún vigente.
De este incidente se pegarán, sin duda, los gobiernos de Venezuela, Argentina, Ecuador y algunos otros, para crear un clima de confrontación intercontinental.
Nicolás Maduro, quien hace una semana visitaba precisamente Portugal, Francia e Italia y cantaba eufórico las buenas relaciones con su país, ya inició hostilidades verbales que a su propio pueblo no le traerán ningún beneficio.
La solidaridad latinoamericana deberá manifestarse. Ojalá sin plegarse a la estridente retórica confrontacional que Maduro, Fernández de Kirchner, Ortega y Correa querrán escenificar a cargo del humillado Morales.
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