Al ritmo que le impone el cambio de luces de los semáforos de la Avenida del Ferrocarril, frente a la Plaza Minorista, y haciendo acrobacias para esquivar las motos, Alexánder Ruiz se gana la vida de una manera tan particular, que intriga a peatones y pasajeros de las rutas de buses que pasan por el lugar.
Con vestido grasoso, como si fuera de mecánico, y con un pequeño palo cuadrado aferrado a su mano derecha, este habitante de la calle, que no tiene más de 20 años, se gana la vida con un oficio al que sus compañeros de rebusque denominan palero, pero él no duda llamarse "calibrador".
A los "paleros" o "calibradores", aunque no pasan de 20, no es difícil encontrarlos en el Centro. Se hacen en los paraderos de buses y con un bate o un palo cuadrado, golpean las llantas de los buses estacionados y drenan el agua que acumulan bajo el vehículo, los tarros del sistema de aire que hacen accionar los frenos, el bajo y las puertas.
Pero, para muchas personas que ven en actividad a Alexánder y a sus colegas, es inexplicable que por darle unos golpecitos con un palo a unas llantas les tengan que dar una propina o "liga", como la llaman ellos.
Un guarda del tránsito que observa el trabajo de Alexánder dice que no le ve lógica a lo que hace, sobre todo porque está arriesgando la vida metiéndose debajo de un carro que en el momento en que el semáforo le dé vía, el conductor puede arrancar, olvidando que hay una persona abajo, "para eso se hizo la tecnología", expresa el agente.
En el mismo sitio, un busero de La Estrella agrega que él les da dinero por ayudarles, pero que eso lo hacen los alistadores en las terminales.
Por su parte, Alexánder defiende su trabajo, en el que lleva dos años después de su fracaso como reciclador.
Con un lenguaje de palabras cortas por la velocidad en que hace su labor, mientras el semáforo pasa a verde, este muchacho, una vez apalea las ruedas, se dirige, apresurado, a la cabina y da su veredicto: "Patrón, están QSL, 1-A, muy pegonas".
Si, por el contrario, encuentra alguna llanta destemplada anota que en la izquierda o derecha va una muy "pollo frito" y agrega, "esté tranquilo que ya le hice orinar el carro". Entonces el conductor, en silencio, le da una moneda.
"Pongo a orinar los buses, explica, porque los carros son como el cuerpo humano y tienen riñones. Nosotros los drenamos en forma rápida para que no acumulen agua ni grasa y así le va a funcionar bien el compresor al bus".
Marino Gómez, propietario de un montallantas en la Avenida De Greiff, opina todo lo contrario a lo que piensa el guarda del tránsito. Destaca que muchos de estos muchachos tienen un oído tan agudo, que le conocen el timbre a la llanta cuando está bien calibrada y si le falta aire, ellos le advierten al busero.
Además, también alertan sobre la presencia de clavos o daños y así evitan una varada.
Leonel González, conductor de Circular Sur, dice que el trabajo de los "paleros" sí sirve, y enseña las mangas de su camisa blanca, manchadas de grasa.
"Cuando acciono el bajo y los tanques están aceitosos, el aire que sale por la perilla le vuelve a uno así la ropa. Ellos sacan el agua que se acumula. Pero no me gusta mucho que lo hagan, porque con la velocidad con la que trabajan pueden dejar la llave abierta y así el carro no arranca, por eso, esto lo hago en la terminal", concluye.
Es curioso, pero un palo que para nadie tiene valor, para Alexánder tiene tanta importancia, que lo esconde en un cambuche que sólo él conoce.
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