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Hamlet

23 de abril de 2014
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En la efemérides de los 450 años del natalicio de Shakespeare, su espectro sigue rondando la escena mundial. Este terruño no es la excepción y se le monta por un grupo de probada experiencia en puestas en escena de sus obras. A Ricardo III le siguió un Macbeth intitulado The New Gansters, llegando a la propuesta posturbana de Romeo y Julieta, tiempo de malevos, pandilleros, bajos fondos. Realiza, siempre bajo la dirección -y puesta al día de su dramaturgia-, de Farley Velásquez, Ensayando a Shakespeare, con la cual parece abrirse paso este Hamlet en tiempos del ruido, con la cual parece cerrarse el círculo.

Los actores se mueven a su antojo por los vericuetos de la escena y por el laberinto intemporal de la ficción y el tiempo real de la representación. Devenir del drama en sus variopintas formas para confrontar la conciencia del villano, tú Claudio. Teatro dentro del teatro, acción dramática y parodia, tintes de melodrama y novelón televisivo, culebrón y verismo se intercalan arbitrariamente con el texto original al punto del torcer su final, una suerte de happy end, que parece no ajustarse a la clave de tiempo del ruido que se propone, esto es la Colombia de hoy con sus reelecciones y conflictos. De suerte que en la estructura ausente, Fortimbrás, sublevado contra el rey, resulta una especie de Timochenko acorralado en su retórica de violencia, al que no se le permite el ajuste de cuentas con el impostor. Esta pieza sobre la vindicta solo se permite el aleteo, el simulacro de la culpa. Claudio parece perpetuarse en el poder, nadie, ni los que se dicen traicionados harán tambalear la "seguridad democrática de Dinamarca". Desdibuja el drama y al patentizarlo en nuestra realidad lo apocopa al punto de lo caricaturesco, al que bien sirve el buen actor que es Gustavo Montoya.

El clímax se alcanza en la escena de la muerte de Ofelia, lúcida interpretación de una novel actriz que ha venido creciendo en la propia escuela de Hora 25, Laura Mejía, ágil y sinuosa en su danza y lábil en sus parlamentos nos arrastra hacia su desgracia con el espasmo líquido del náufrago. Una escena memorable, la despedida de Laertes, bucólica celebración de una boda incestuosa, agrega belleza a la belleza. Hamlet trae su comparsa, el "parthner", Horacio, magistralmente interpretado Carola Martínez, puro gesto, pura fijeza, aupada en la exquisitez del verbo trasmutado en acción y con la presencia escénica de un clásico, cuyos ropajes realzan.

Se reitera un desbalance en la ecuación puesta en escena/dirección de actores. La propia "troupe" de Hamlet, los cómicos -"El teatro será la trampa en que atraparé la conciencia del rey"-, de la obra que pretende presentar en la corte, adolecen de "vix comica", de gracejo para poner en ridículo al propio rey de burlas. Se me antoja un remake de aquella si genial escena del "teatro de la carsel" (sic), de El diario de un ladrón, recargada de travestismo amen de grandilocuente gesto. No obstante, la escena resulta fuelle para morigerar la carga dramática y puente para el desenlace que se avecina. El fin de Ofelia, el de Gertrudis, el del propio Hamlet. La accidental muerte de Polonio, interpretado por Adriana Cordoba con sobriedad y buen gusto en sus ademanes, deleite para la retina. El anticlímax llega de la mano del sepulturero y su canción de cantina, quizá la última lágrima del espectador, ligereza de dirección y concesión al público con el prurito de lo popular dentro de lo clásico, asaz grotesco que empaña una puesta sublime, salvo este lunar.

El monologo interior de Hamlet, ese famoso ser o no ser, se oblitera con la voz en off, que dentro de la partitura de movimientos diseñada por la coreógrafa María Claudia Mejía, permite al actor ser dúctil en su contención de la acción, hiperexpresividad del cuerpo que contrasta bellamente con la forma de dicción del texto, fluidez de lenguaje corpóreo y de voz en el actor Andrés Ramírez. Cómo cerrar esta reseña sin hacer mención al espectro del rey asesinado: una confirmación, una certeza, la actriz Paulina Giraldo, a su cortedad da muestras de madurez escénica, imborrable momento que siempre guarda el corazón: ¡memorable actuación…

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