La indiscutible mayoría que logró el presidente Rafael Correa en la aprobación de su referendo de Constitución (con el 63,94 por ciento por el Sí) es el resultado de la habilidad política con la que el mandatario ecuatoriano canalizó las expectativas de la gente en la llamada Revolución Ciudadana, que no es otra cosa que una especie de plebiscito a su programa de gobierno.
De los 444 artículos del referendo constitucional, no menos de 96 están dedicados a consagrar los derechos ciudadanos y ya muchos analistas, y todos sus detractores, encontraron los elementos para augurarle a Correa dos únicas posibilidades: ser el nuevo caudillo ecuatoriano o el próximo presidente que abandone el poder, tal como ocurrió con Lucio Gutiérrez, que dejó el país sin expectativas distintas a que llegara alguien que le cumpliera sus promesas. Correa busca acabar esas frustraciones, pero corre también el riesgo de caer en la demagogia política de la izquierda, tan bien representada por Hugo Chávez y Evo Morales.
Para lo primero, ser un líder duradero, Correa ya dio pasos fundamentales para conseguirlo y tendrá en las elecciones previstas hasta ahora para febrero de 2009 todos los instrumentos para ratificarlo, pues el éxito que ha conseguido el Presidente ha sido construir un escenario político en el que él brilla como la única figura con representatividad nacional.
No en vano, cuando todavía saborea las mieles del triunfo y dice que "el país está unido", Correa acude a lo que le ha dado los mejores resultados: la confrontación y descalificación de sus adversarios. Primero desconoció el triunfo pírrico del alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, por el No al referendo constitucional; y después ratificó que sus relaciones con Colombia seguirán rotas, porque no "perdona" la incursión armada a su país, hace ya siete meses.
Los riesgos de una nueva frustración, no obstante, están latentes, pues la concreción de la nueva Constitución estará marcada por los intereses políticos de Alianza País, el movimiento que lo llevó al poder, y una oposición débil que no puede garantizar que la llamada Revolución Ciudadana se cristalice como política de Estado y no como plataforma política para beneficiar a unos pocos.
Colombia no puede desconocer el liderazgo que ha alcanzado Correa, y los resultados del referendo constitucional representan, en términos de capital político, que el presidente ecuatoriano es la misma unidad nacional por la que votaron no menos de 4,7 millones de ciudadanos en el vecino país.
Pero Correa tendrá que medir el riesgo de gastarse ese capital en demagogia, desafiando a sus contradictores, y terminar acorralado por aquellos que hoy le entregaron una chequera en blanco. Ojalá no repita los errores de sus amigos. Y de sus enemigos. Si lo logra, habrá Correa para rato en Ecuador.
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