Eso de la respostería (de comerla) toma su tiempo. Entra por los ojos y la nariz, hay que agarrar con la mano, usar la boca, saborear, dejar que las papilas gustativas hagan lo suyo y ahí sí, comer despacio.
También tiene su cuento. Como dicen por ahí, se necesita mano y un toque de amor, que no lo tienen todos, pero que a casi todos les gusta el resultado: los pasteles, las tortas, los brownies, los postres y lo que quepa en la palabra repostería.
Muchos creen que es una historia de abuelas, que son ellas las del delantal y las recetas. Y no, aunque puede ser por herencia, hay jóvenes como María José Echavarría que se dejaron encantar.
Bueno, y que no suelta a su mamá, porque ella es la que sabe, la que le enseña, la que le ayuda. Juntas le ponen el toque, le dan el sabor y hacen que los otros, se chupen los dedos.
Ahora bien, hay otras cosas que encantan y no pasan por los postres. Sucede con la bisutería, esa que hace que las mujeres levanten la voz, se conecten a hablar de un tema, sin escuchar nada más, y se prueben todo.
Gallina lo sabe bien. Por eso sus dueños, Ana Catalina Giraldo y Camilo Peláez, encontraron en este concepto una disculpa para comenzar un viaje creador que por ahora lanza diez ediciones por cada creación: una areta o una pulsera, puede ser.
Y con las que surten 11 almacenes de la ciudad. Ellos idean, arman con sus manos, dan empleo y sueñan con ver crecer su sueño.
Ese que no se hace de la noche a la mañana y se disfruta a mordiscos o en la muñeca.
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