En un medio turbulento y agitado, Ímer Machado Barrera brinda un solaz en el arbitraje colombiano. El hombre de tez morena, 35 años de edad y oriundo de la población de Villanueva, Casanare, por rendimiento y continuidad, es hoy día el mejor del país.
No es tan alto como quisiera para encarar a los grandotes futbolistas que a veces lo rodean, pero los 1.73 metros de estatura y 70 kilos de pesos le alcanzan para imponer autoridad en la cancha, además del manejo disciplinario y carácter que lo acompaña cuando realiza su trabajo.
Ímer, casado con Ofelia Ramos, y padre de Natalia, Laura Vanesa, María José y Manuel Antonio, de 12, 11, 6 y 4 años, respectivamente, dice que su "padrino" en el arbitraje es la calificación en los partidos. "Cada vez que dirijo lo que habla por mí es el desempeño", dice en tono pausado este licenciado de Educación Física que, en la semana, aparte de un riguroso plan físico, dedica sus horas a administrar un almacén de repuestos y lubricantes para vehículos, y a una empresa prestadora de servicios deportivos en su natal Villanueva.
Sin embargo, es agradecido y menciona a las personas de la Comisión Arbitral y de la Comisión Técnica de la Federación, entre ellas Otálvaro Polanco y Jorge Arango, "que creyeron en mí".
La confianza que ellos le brindaron a este representante de una región lejana y de poca tradición en el fútbol, lo convirtió en un referente para la juventud del pueblo de 32 mil habitantes, donde él intenta formar un semillero de árbitros con el apoyo de la Alcaldía.
El secreto para sacar altas calificaciones, además de prepararse con juicio, es la "tranquilidad, sobre todo en la parte espiritual y mental; eso es fundamental para dirigir", advierte.
Prohibido fallar
Consciente de las presiones a que están abocados los colegiados del país, donde "el margen de error es mínimo", Ímer pone en práctica las enseñanzas que adquirió en Granada, Meta, donde se inició en el fútbol aficionado. También, los siete años de recorrido en la Primera B hasta su debut en la máxima categoría, en agosto de 2007, en un partido Bucaramanga-Equidad.
Ahora que tiene la escarapela Fifa (desde enero), con la que aguarda debutar como central en la Copa Suramericana, siente las grandes diferencias y la responsabilidad que hay en relación con el torneo local porque en el campo internacional no les perdonan nada. Eso sí, en todas asumen la actitud de siempre: "encarar el arbitraje con la misma seriedad de los abogados y médicos".
Óscar Julián Ruiz es su referente porque, dice, ningún árbitro del mundo tiene su recorrido y "sostenerse en el mismo nivel, después de 400 partidos, en un torneo es digno de admirar".
Quiere seguir los pasos del llanero y quedarse por siempre en el grupo élite mundial para demostrar que no importa la procedencia para llegar lejos en una actividad que "me lo ha dado todo y está basada en la honestidad". Y en la que, según él, aprendió a ser correcto como persona.
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