Un hombre puede morir persiguiendo un sueño grande o por algo tan sencillo como querer ahorrar para una moto.
Así sorprendió la muerte a Luis Fernando Bustamante Amaya, un joven de sólo veinte años que llevaba 9 meses enterrando su humanidad en los socavones de la mina El Bloque, de Fredonia, y su gran meta, anhelo o sueño era simple: conseguir para comprar su moto.
Su hermano menor, Carlos Mario, no sabe qué modelo de motocicleta desvelaba a su hermano, pero sí tiene claro que era su anhelo y en la casa se lo respetaron.
"Él entró a trabajar allá en noviembre, nunca había sido minero, pero estaba contento porque ganaba bien, y por aquí tampoco hay más trabajos...", relata el joven ante la tristeza de sus padres, que prefieren callar, llorar, recordarlo hundidos en su propio silencio, en su dolor.
A un kilómetro de allí, en el corregimiento Palomos, de Fredonia, velan el cadáver de su compañero José Restrepo Molina, de 51 años, a quien también sorprendió la explosión de gases que les causó la muerte a ellos y a otros siete mineros de Amagá y Fredonia el jueves anterior.
En este hogar hay una tristeza profunda. Daniela e Iván Darío, sus hijos de 25 y 19 años, dicen que el papá no les dejó mucha herencia en dinero, "pero mucho amor, eso nos sobró, siempre tuvo sacrificio por nosotros".
A la sacada del féretro del rancho, los llantos se disparan. En un socavón murió la esperanza del hombre que quiso darles todo y por ello se enterró en la tierra durante décadas. La tierra le ganó, sin embargo. Pero dejó su huella, su amor, su sacrificio. Ni ellos ni Berta Marín, su esposa, lo olvidarán jamás.
Otros llantos
Ayer el Suroeste era dolor. Una melancolía repartida en 9 cofres fúnebres, 4 en Fredonia y 5 en Amagá, donde se velaban los cadáveres de quienes fallecieron.
Y muchos familiares estaban hundidos en el llanto. Como los de Fabio Alberto Tabares Betancur, de Amagá, o de John Jairo Zapata Vanegas, de la misma localidad.
Allí, sentada en una silla de la sala de velación, Sagrario Morales lloraba inconsolable por la muerte de su esposo Jairo Zapata Vanegas, de 49 años, con quien convivió 19. Él la dejó sola con una hija de 17 años y un niño de 7. Y una seguridad: "Él trabajaba de minero porque no había más en qué, decía que entraba pero no sabía si saldría", recuerda Sagrario.
Ella respetaba eso, el riesgo de él. Esa aventura que todos emprenden y que los lleva a la tumba, como decía sumido en la tristeza don Constantino, el papá de Beyman López, un campesino de Frontino que se fue a Amagá a buscar fortuna. Y casi lo logra, hasta que un socavón se lo impidió. ¡Un simple socavón!
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