Hasta el 9 de diciembre, Bogotá será la capital colombiana del cortometraje. El festival Bogoshorts, que en su competencia oficial premia a los mejores cortos nacionales e internacionales, exhibirá durante ocho días más de 300 producciones de 50 países en salas de cine y diferentes espacios culturales de la capital del país.
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En su vigésima tercera edición, uno de los propósitos del evento es visibilizar el talento de los realizadores audiovisuales de las regiones. En total, de Antioquia hay diez cortometrajes que están repartidos en las diferentes secciones de Bogoshorts.
En ‘También los enanos empezaron pequeños’, una sección dedicada a las piezas de los realizadores que recién estrenaron sus primeros largometrajes, está Beth, del paisa Simón Mesa Soto, director de la película que representará a Colombia en los Óscar y en los Goya, Un poeta. “Beth vive sola en Londres y se siente agobiada por sus vecinos y por el deterioro del edificio. Muestra su incomodidad, su soledad y la conversación final con el técnico de cable que repara su señal”, dice la sinopsis de esta producción.
En esa misma categoría está Don Ricardo, de Andrés Carmona, uno de los directores de Estancia, cinta que cuenta la vida de un grupo de adultos mayores LGTBIQ+ que viven en un inquilinato del centro de Medellín. El corto cuenta la vida de don Ricardo, un mazamorrero que, a medida que va trabajando, va también conociendo las historias de un barrio entero.
En la sección Competencia Nacional Ficción está Refracción de Isabella Palacio y La Mona de Laura Gutiérrez. Y en Documental están Un aparato para detectar fantasmas, de Mauricio Maldonado, y No menguará el fuego de esta luna, de Sebastián Pérez Arbeláez.
Muertecita, Soñar una serpiente, Cuerpo creador de toda vida muerta y Los años del conejo son las otras producciones antioqueñas que están participando en Bogoshorts 2025.
¿Cuál es la importancia de los festivales de cine?
Bogoshorts nació en 2003, justo el mismo año en que se aprobó la Ley 814, conocida como la ley del cine. Por eso es que Jaime E. Manrique, director y fundador del festival, le explicó a EL COLOMBIANO que este evento inició a la par del hito más grande de la historia reciente del cine colombiano.
En estas más de dos décadas, el festival ha sido el escenario de nuevos realizadores al proyectar sus producciones y también sirviendo de puerta de entrada al mercado nacional. Pero este tipo de espacios tienen otra función que resulta clave, más en un contexto como el colombiano en el que uno de los mayores problemas de la industria es la distribución.
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“¿Qué terminan haciendo entonces los festivales? Tienen líneas curatoriales. Es decir, en un mundo con una oferta tan gigantesca, necesitas procesos que te guíen para encontrar las obras que tienen mayor valor. Imagínate que quieres leer un libro y no tienes ningún camino para llegar a él: simplemente entras a una librería y dices ‘recomiéndame un libro’. Con tantas opciones, es muy probable que termines escogiendo algo que no te guste. Lo que tienen los festivales es que, en la medida en que el público va conociendo sus líneas curatoriales, empieza a identificar afinidades. Y dentro de cada enfoque hay búsquedas de calidad, de estética y de presupuesto en distintos niveles. En últimas, el festival se encarga de visibilizar lo invisible y de ofrecerle una curaduría al público que tiene un interés particular”, asegura Manrique.