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La cartera de mamá

  • Ana Cristina Restrepo Jiménez | Ana Cristina Restrepo Jiménez
    Ana Cristina Restrepo Jiménez | Ana Cristina Restrepo Jiménez
10 de mayo de 2011
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Este es un viejo juego -un cliché- de reporteros del Jet set, voyeristas y funcionarios de aeropuerto gringo, a quienes les gusta meterse donde no caben: "Señora, desocupe la cartera".

¿Qué encanto guarda esa enigmática bolsa de cuero, tela o material sintético?

Mientras el colegio insiste con el mandato del Génesis: "Creced y multiplicaos", el apocalipsis de la adultez decreta: si queréis crecer, no os multipliquéis (situación que se agrava con la cantaleta de los fernandos vallejo que nos inculpan por "la paridera", y nos señalan como autoras de crímenes de lesa humanidad cada que recibimos al camión de la basura con una caneca de pañales desechables).

Las veleidosas y las chicas plásticas, las que paren y las que no: todas cargamos en la cartera un tiempo histórico? y nuestro ciclo en la vida.

La cartera de la soltera es un grito de independencia: si olvida empacar algo, a nadie perjudica -distinto a ella misma-.

Cuando los bebés nacen, no hay cartera sino morral: teteros, cocas recolectoras de leche, compotas, baberos, muda de cambio. Cuando crecen un tris, entran a la cartera los primeros auxilios (curas, desinfectante para manos?) y las pertenencias que nuestros críos van regando por ahí como Hansel y Gretel (un yoyo, una muñeca?). Y, cómo no, el "dulce sorpresa".

(Pausa innecesaria: ¿será que Su Majestad, la Reina madre, que no se unta del vil metal, guarda dulces para sus nietos en la cartera?)

Este colgandejo, también, indica que los hijos crecen. Carteras chicas: hijos grandes.

La cartera revela qué tanto queda de la mujer original, antes de ser mamá. Por eso, suele contener la evidencia de ese tatuaje indeleble: el egoísmo, el "gran pecado" de toda madre, cuya penitencia diaria (todas lo sabemos) consiste en rumiar remordimientos.

La cartera delata la presión social: la tarjeta con los datos del maquillador famoso al que nunca llamaremos. Devela el yugo: la lista del mercado, atrasado, cuando ya ni las cucarachas se asoman en la cocina. Libera: una agenda solo para reuniones de trabajo. Alerta: una nota de la cita médica que no recordaremos. Esconde: un verso con la cita... que no olvidaremos.

Alivia: con las flores y las piedritas que nuestros hijos nos obsequian; y con sus poemas, en papel arrugado, con olor a crayola.

Ipod, iPad, iPhone? iPso facto: ¡la cartera crece y se multiplica!

Anoche esculqué la cartera de mamá. Y aún quedan rezagos de mí: un collage con cada una de las fotos 4x3 que me han tomado en los últimos veinte años, y la llave de mi casa.

(Pausa necesaria: pienso en las manos vacías de quienes no cargan una cartera. O no tienen nada para guardar. O están privadas de la libertad).

Con nostalgia, regreso a mi cartera "original" (¿individualista?): billetera, brillo de labios, libreta y lápiz Berol. Y un teléfono insufrible.

Ayer, para acompañarme a una grabación, mi hija se terció un bolso. Cogidas de la mano, cruzamos Maracaibo, a las carreras y "voleando cartera": la mía, con una imagen de Frida, y la suya, de Hello Kitty. Cuando llegamos a la emisora, la niña despertó la curiosidad de mis compañeros de trabajo. Entonces, vació su cartera.

Sobre el escritorio sólo cayeron tres objetos: un brillo de labios (viejo y gastado), una libreta y un lápiz Berol.

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