Para 1976 el vino y Antonio Giraldo no tenían relación. Claro, en Colombia estábamos a décadas de oír hablar siquiera del poder del Cabernet Sauvignon o de los aromas únicos de un Chardonnay, mucho menos de descorcharlos o de acompañarlos con las comidas que más nos gustan, entonces él seguía la línea de las mayorías: aguardiente y cerveza.
Las uvas, según como se usaban, eran para la mesa hasta que conoció a su Eva: de apellido Makovej, húngara, de origen alpino, de un lugar cercano a Austria, donde sus padres tenían una finca con huerta y viñedo.
Se conocieron en la Universidad de San Esteban, en Budapest, como compañeros de lo que hoy sería una Ingeniería de Alimentos. Antonio llegó becado, incluso su meta era estudiar Textilería, y Eva perseguía su sueño de desempeñarse laboralmente en un ambiente espiritual, de sanación y sincronía con la naturaleza. Como su padre no la autorizó a matricularse en Plantas medicinales, optó por la misma carrera del hasta entonces desconocido muchacho colombiano.
"Me llamó la atención de inmediato porque era uno de los 3 latinos del curso y me pareció simpático cuando en una clase de horticultura descubrí que no era capaz de identificar la zanahoria. Vaya qué muchacho tan de ciudad, pensé", recuerda Eva hoy en su casa en Bogotá.
El curso siguiente fue de enología y un momento clave posterior fue el viaje a Colombia en 1981: "Mi futuro suegro me invitó a conocer el país, incluso fui a San Andrés, y elegí quedarme a vivir, luego decidimos casarnos".
De matrimonio ya tienen 29 años, son padres de Sebastián y Daniel, y sus hojas de vida incluyen un rótulo bien particular: son enólogos, la profesión que se dedica a la elaboración de vinos.
Antonio y Eva tienen el privilegio de haber trabajado en viñas y bodegas y, sobre todo, dicen, de vivir juntos. Entrevista a dos copas.
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