Ultrajada en los últimos 520 años América Latina sale de cuando en cuando a decir que el resto del mundo es injusto con ella. Que esta gran patria de hermanos, del Río Bravo a la Patagonia, se mira con desprecio desde el Norte y Europa y que nosotros, los ciudadanos, nos convertimos en hombres de segunda tras mostrar el pasaporte.
Ese velo poético de solidaridad, de la unidad que promulgaban san Martín y Bolívar, lo que cubre en realidad es una gran mentira, pues entre vecinos latinos somos tan mezquinos como cualquier potencia lo es con nosotros. Argentina mira con recelo a Uruguay pero sobre todo a Chile y estos a su vez consideran de menor clase a los bolivianos y desprecian a los colombianos. Brasil tiene una disputa con México y para estos últimos Centroamérica es una serie de países diminutos y paupérrimos. Nosotros, desde Colombia, nos consideramos de mejor familia que ecuatorianos o peruanos.
¿Hermandad? Quizá en discursos. La desconfianza entre cada una de las fronteras es evidente y aunque entre ciudadanos hay cierta empatía, los gobiernos sospechan el uno del otro y sus políticas parecen ir, con frecuencia, en retroceso de una verdadera integración. A veces despreciamos con frases del imaginario colectivo y a veces con acciones.
El último gran golpe lo ha dado República Dominicana contra su vecino Haití, que está condenado a la desgracia casi desde su nacimiento como nación. A desastres naturales, pobreza y enfermedades; se les suma ahora a los haitianos la antipática ley dominicana que les niega a los hijos de los inmigrantes ser nacionales.
Esa negación de patria a los descendientes de sin papeles es un tiro al corazón de su vecino. Muchos dominicanos cuyos padres son haitianos que pasaron la frontera, quedaron en el limbo. Los problemas migratorios, de los que nosotros nos quejamos en Europa, tienen un ejemplo aquí al lado, en el Caribe, con iguales proporciones de xenofobia y desprecio.
La desconfianza gubernamental entre latinoamericanos es evidente y se acrecentará entre países desarrollados y rezagados. El progreso económico trae además recelos, cierre de fronteras y nacionalismos y pronto entraremos en la paradoja de ver cómo los países lejanos nos abren sus fronteras mientras los vecinos nos las cierran.
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