La jornada electoral de hoy en Venezuela será como la de esos partidos de fútbol intensos, parejos, en los que los seguidores de ambos bandos terminan con los dientes apretados. Con una diferencia que aumenta la angustia: nadie sabrá el resultado hasta mucho tiempo después de terminar la contienda.
Sea cual fuese el resultado, lo que es cierto es que Venezuela ya ganó. Ganó su democracia. Nunca como ahora, el vecino país había presenciado una campaña electoral tan emotiva, dinámica y explosiva. Lo que, de paso, la hace más riesgosa.
Las encuestas, que no pocas veces terminan por decidir la suerte de un candidato, esta vez en Venezuela han puesto un ingrediente adicional de incertidumbre. En unas ganaba Chávez; en otras, Capriles.
La de hoy será la decisiva y real para saber si los venezolanos decidieron por la continuidad o el cambio.
En el primer caso, el de Chávez, existen pruebas inocultables de lo que han sido estos 14 años bajo su mandato.
En el segundo, el de Capriles, las promesas de que “hay un camino” distinto al que Chávez marcó con hierro caliente: el del socialismo del siglo XXI.
Venezuela, entonces, no decide hoy entre dos hombres, sino entre dos modelos. No vota por políticas de Estado, sino por políticas de gobierno, personalísimas, que en últimas son las que convierten esta jornada en un “Plebiscito” para Chávez, o en una “revocatoria del mandato” en favor de Capriles.
La animosidad y fervor que ha despertado Capriles, por contraposición, refleja un claro sentimiento de hastío contra el Gobierno, pues no son sólo los apáticos e indecisos los que se volcaron a las calles venezolanas durante los últimos meses, sino muchos chavistas desilusionados y víctimas del abuso de poder del Comandante en Jefe.
Aún así, sobrevive una franja importante de “adictos” al asistencialismo estatal, enquistados en altas esferas de la administración pública, las Fuerzas Militares y la base social, hoy más que nunca “chavedependientes”.
La pregunta no es si la oposición puede ganar, sino si Chávez se dejará derrotar. Y la respuesta abre entonces todos los interrogantes del mundo y exacerba las angustias.
Los venezolanos se cuestionan si la presencia en las calles de 139 mil policías y soldados es sinónimo de seguridad, o más bien parte de la estrategia de intimidación y presión contra quienes no están aliados con la causa socialista.
Los índices de violencia, narcotráfico y corrupción de los últimos años en Venezuela son los más altos del hemisferio sur y ese costo se ha trasladado al creciente deterioro en la confianza de las instituciones del Estado, incluido, por supuesto, el sistema electoral.
Después de 14 años de régimen socialista, Venezuela está hoy peor que antes.
La continuidad de Chávez en el poder no sólo podría aumentar la destorcida del país, sino el propio aislamiento de Venezuela en el contexto internacional, con una que otra excepción dentro del Alba, Irán, Rusia y Cuba.
Un triunfo de Capriles sería la antítesis, pero no por eso más fácil su gobernabilidad.
Una victoria de la oposición significaría tener que desmontar todo el aparato burocrático montado por el chavismo, recuperar la economía de un país con la inflación más alta del continente, restablecer la confianza inversionista local y foránea, reducir los niveles de violencia y destruir las redes del narcotráfico.
Colombia, más por la historia que la une con Venezuela que por mera conveniencia comercial, sufrirá los efectos de estos comicios.
Chávez se ha convertido en un factor determinante, para bien o para mal, de la política colombiana, así como lo es para Cuba, Nicaragua, Ecuador y Argentina. No podemos perder de vista que Venezuela, o Chávez mejor, es hoy uno de los garantes del proceso de negociación que se iniciará con las Farc en Noruega, y posteriormente en Cuba, bastión del chavismo.
Así las cosas, hay mucho en juego, pero los venezolanos son los únicos que deciden.
Ojalá en paz y libertad.
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