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La invención de Hugo Cabret: la verdadera magia del cine

25 de febrero de 2012
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Hugo es un esclavo de su tiempo. Un esclavo del tiempo mejor, pues desde que su tío borrachín desapareciera, es él quien debe darle cuerda, aceitar y vigilar los engranajes de los distintos relojes que orientan a quienes pasan por la estación de tren de Montparnasse en la París de los 30. Si no lo hace, el guardia de estación averiguará que algo malo ha pasado con su tío y descubrirá los apartamentos olvidados que hay detrás de los muros de la estación, en los que Hugo vive solo, mirando como si fuera un dios menor a todos los que habitan el lugar: la florista melancólica, el viejo librero, el perro de Madame Emile que todos los días muerde sin motivo al señor Frick.

Entre los personajes que Hugo mira con detenimiento está el anciano dueño de la tienda de juguetes. Es a él a quien Hugo roba de vez en cuando las piezas que necesita para la reparación total del muñeco autómata que la muerte de su padre dejó a medio camino.

Será la nieta de ese juguetero, Isabelle, una niña brillante que ama decir palabras complicadas aprendidas en sus lecturas, como réprobo, espléndido y enigmático, quien se convierta en la primera amiga de Hugo y en su compañera de aventuras, en esta película fantástica, que además de ser un homenaje a la magia del cine es la prueba de lo que puede hacer un maestro, un mago como Martin Scorsese con las posibilidades que le brinda la tecnología 3D.

Desde la secuencia inicial la magia está presente. Sólo la tercera dimensión permite que entendamos la sincronía exacta de un engranaje. Por eso París, a través de los ojos del director, se convierte en un mecanismo de relojería a través del cual podemos flotar, gracias a una cámara que nunca se queda quieta, que atraviesa (nunca mejor dicho) paredes y pasadizos, para llegar hasta el rostro de nuestro protagonista. Aquí el 3D no es artificio, sino una herramienta que nos permite apreciar mejor el mundo que Scorsese construye con perfección. Un mundo que por primera vez no es el universo cruel del resto de su filmografía (Taxi driver, Toro salvaje, Buenos muchachos), sino un entorno de fábula, donde Georges Méliès, el mago pionero de los efectos especiales y de las primeras películas de ficción, será rescatado del olvido (en una trama imaginaria que tiene muchas conexiones con lo que realmente ocurrió) por este niño brillante que es, de muchas maneras, la encarnación del mismo Scorsese.

Por eso quiso hacer esta hermosa película familiar el director norteamericano. Porque le permitía declarar su amor al cine y a la buena literatura; porque le brindaba la posibilidad de contar algo de la historia del séptimo arte y al mismo tiempo, recrearla; porque la trama hacía posible que entendiéramos la importancia de la conservación de las viejas películas, una de las tareas a las que él mismo ha dedicado su vida.

Porque Hugo es un aprendiz de brujo, que un día descubre que lo único que podemos hacer con nuestra vida, es tratar de reunir sus piezas, armarlas como podamos, y lograr que funcionen.

@samuelescritor

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