Esa perversa mujer que fue La Celestina, el personaje creado por Fernando de Rojas, reinó en un sórdido imperio de maldad que nació con sus palabras. Lo descubrió, aunque tarde, Calisto: "no sé en qué está mi vida", se quejó; y Celestina, cínica, le respondió: "era mi lengua".
Las palabras sirven para eso, para perder a las personas. Pero al rey Alfonso X, el Sabio, le sirvieron para extender su imperio, "un imperio de pergamino", lo llaman los historiadores. Y cuando el buen rey yacía enfermo en Huesca, sanó después de que le pusieran sobre el cuerpo el libro de las Cantigas de Santa María, cuentan los viejos textos.
En esos relatos alienta una profunda fe en el poder de las palabras. Las cédulas o nóminas que desvelaron a los inquisidores, eran pequeños pedazos de papel con palabras del Corán, que los moriscos ocultaban en diminutos sacos de tela recubiertos de cera y seda, que escondían en sus ropas o llevaban al cuello como talismanes; y fue práctica común en la edad media diluir palabras en agua y beberlas con la firme convicción de que las palabras tenían un poder curativo.
Había traído a cuento estos datos en una de las sesiones del Pen Club, durante su congreso internacional, reunido en Bogotá y dedicado al poder de la palabra, cuando intervino una escritora egipcia para ampliar la historia: en el mundo musulmán, dijo, Alá es la palabra y estas prácticas no son supersticiosas, son formas de mantener el contacto con Dios.
En ese auditorio nos habíamos reunido para escuchar y pensar sobre el poder de las palabras del periodista, pero fue inevitable remontarnos a los orígenes de la elevada estirpe de nuestra herramienta de trabajo. El cristianismo con sus numerosos actos verbales -predicación, sacramentos, liturgia- es coherente con su misterio central de la encarnación, que es la autocomunicación de Dios en Cristo, la palabra hecha carne.
Terminada la sesión del Pen Club volví al bullicio ensordecedor de las palabras convertidas en noticias.
Un nuevo computador, esta vez el de Alexánder Farfán, el Gafas, había sido capturado, el FBI utiliza sus datos, y las autoridades no han dicho ni media palabra, ¿por qué?
Además de los voceros del alias Berna, recibidos en la casa presidencial, apareció también el embajador Chaux, descubierto por la prensa, porque la oficina de prensa de Palacio, tan diligente para explicarlo todo, no había dicho ni media palabra, ¿por qué?
Las medias palabras con que se explicó hace diez años el asesinato de José María Valle, calificado públicamente por el entonces gobernador Uribe y por el general Ospina como "enemigo de las Fuerzas Armadas," están a punto de hallar su otra mitad en la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Y hay medias palabras sobre Yidis, sobre Teodolindo, que recibieron pagos y sobre los ministros, presuntamente pagadores, porque si no fueron ellos ¿quién?
Son palabras incompletas como las de La Celestina, portadoras de incertidumbre y desconfianza. Como si en vez del poder creador y curativo de la palabra en boca del rey Alfonso X, nos hubiera tocado la maldición de las malignas palabras de La Celestina.
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