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La pena ajena

25 de octubre de 2009
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Todos hemos estado en seminarios o eventos de cierta importancia. Hace poco estuve en un seminario internacional. Vino gente de todo el mundo, 13 países. El seminario fue un éxito. Pero lo que vi me dejó triste. Esto sucede en todos los seminarios y ya verán que cada uno de ustedes recuerda algo semejante.

La mayoría llegaba tarde, cuando el conferencista extranjero ya llevaba más de media hora hablando. Llegaban recién bañados y con unas ojeras como las de un oso panda. Incluso llegaban con tufo de dragón.

Los primeros en arribar, puntuales, eran los extranjeros. Sentados solos en primera fila.

Una asistente rumió chicle todo el tiempo durante las intervenciones, además lo sacaba y estiraba con todo desparpajo, cosa que no hacen las vacas.

Otra entraba taconeando tan duro que todo el mundo se volteaba a mirarla, parecía un percherón.

Otra jugaba solitario en su celular, sin parar, y mostraba el resultado jubilosa, cuando lo resolvía, a todos sus vecinos. ¡Qué inteligente!

Otra entraba y salía durante las conferencias como si tuviera incontinencia urinaria.

Otro dejaba sonar su celular y respondía susurrando en voz alta.

Una no usaba la escarapela a pesar de que se le insistía en hacerlo por organización y seguridad, alegaba que ella era muy importante.

Otro pedía que si podía invitar al almuerzo a su esposa (?) o invitaban amigos a almorzar gratis.

Otro se metía hasta dos refrigerios de una sola vez y hubo uno que escondió tres refrigerios en su maletín ejecutivo.

Unos que fueron con todo pago apenas se asomaron a las conferencias, el resto del tiempo estuvieron de compras o asoleándose.

Otro montaba su computador y pasaba el alambre por encima de los demás.

Otra se tropezaba con el alambre anterior cada que pasaba.

Otro contaba a un grupito vecino la rasca de la fulana que se quebró una pata la noche anterior o el encarrete de fulana casada con fulano casado.

Otro logró escarapela, haciéndose pasar por periodista, para colarse y poder comer gratis.

Otro separó habitación y llegó dos días después y se puso bravo porque le cobraban la habitación o pidió el favor que le separaran habitación y después alegó que él no la pagaba porque no la había separado.

Algunos oradores nacionales se pasaban del tiempo previsto y casi que había que amenazarlos para que pararan, trastocaban toda la programación.

Algunos pedían la palabra en la sesión de preguntas y hacían hasta cinco distintas o dictaban toda una conferencia. Me recuerda al personaje que invitaron a hacer el saque de honor en un partido y se quedó jugando los dos tiempos.

En fin, alguien decía que esa era nuestra cultura, pero ni de vainas, esa es nuestra incultura.

Por supuesto que el seminario no tenia costo y lo que nada nos cuesta, volvámoslo fiesta.

Siento pena ajena.

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